Nació en General O’Brien, provincia de Buenos Aires. De esa pequeña ciudad, con menos de tres mil habitantes, salió (como el Che Guevara) para recorrer primero su país, luego buena parte del continente, con estancias en distintos países, hasta llegar a México. Residió en algunas ciudades, como Villahermosa y Guadalajara, y desde hace quince años, en Colima.
En su pueblo estudió en la Escuela Primaria No. 20 “Domingo Faustino Sarmiento”; en Buenos Aires, en la “Florentino Ameghino”, y otras. No fue a la universidad, pero no tengo duda: lee mejor y más que muchos maestros y directivos universitarios que conozco, aunque rechine la confesión. Y de su cultura, ni hablar. Su memoria es prodigiosa.
Después de ejercer varios oficios en su Buenos Aires y por doquier, llegó a la cocina. A la parrilla, para ser preciso. Y en Colima no probé –y probé todos más de una vez- mejor asado que el suyo, primero en su restaurante, allá por el Diezmo, donde le conocimos Laura y yo un 24 de enero; luego, nosécuántasveces, unas en su casa, otras en la nuestra, que también es suya. Pero la calidad de su asado es comparable a cualquier otra en la ciudad que elijan.
Es un campeón de la amistad, aunque haya quienes se resistan a su franqueza, inquebrantable perfeccionismo y dignidad en lo que hace, donde no admite el esfuerzo menor. Y cómo no va a serlo, si su tierra, su O’Brien –como también dice-, es la Capital de la Amistad.
Hoy, este viejo y querido amigo, Pedro Vives Diez de nombre, cumple 81 pirulos, como escribió en su Facebook. Argentino descendiente de la migración española, mexicano por elección, padre de dos hijas mexicanas y un argentino, abuelo, que no deja de ser hijo orgulloso mientras muestra cariñoso las fotos de sus padres y abuelos.
No alcanza los 81 en su mejor momento anímico, debo decirlo con cierto dolor. La soledad y las penurias económicas le hicieron víctima hace tiempo ya, pero su salud envidiable y una fe que solo en ratitos afloja, no le permitan dejar de tirar, aunque sea “como perro en vaca muerta”.
Esta noche cenaré con Don Pedro, el abuelo Pedro, como le llaman mis hijos, a quienes conoció pocos minutos después de nacer, y por quien solo tenemos afecto.
Cenaremos y pasaremos horas felices. Y le pediré, no lo duden, que me recite versos del Martin Fierro que ya otras veces me relató, y algún capítulo de su vida que ignoro.
Tal vez discutiremos, como hicimos a veces. La amistad y el cariño no están peleados con la discrepancia. Él banca a River, yo a Boca, por ejemplo; pero nos unen el Barça y Messi, el tango o el tinto argentino. Tenemos cada uno gustos y opiniones, aunque alrededor de la amistad y un buen plato nunca hubo diferencias mayores.
Levantaremos la copa juntitos, brindaremos con la noche, por supuesto, pero no quise dejar pasar la ocasión de contárselos por aquí y felicitarlo delante de ustedes, antes de fundirme con él en un gran abrazo.
¡Aguante Che, aguante!
¡Felicidades por estos primeros 81!