De regreso a casa me quedan solamente buenos recuerdos de la estancia y el curso en Hermosillo. Estar en el hogar, rodeado del calor más íntimo, de los gritos y los brazos de los hijos es privilegio que, a veces, se reconfirma o redimensiona después de unos días sin tenerlos. No me hacía falta la distancia, pero los reencuentros profundizan solidaridades y afectos.
En el viaje de regreso, de dos horas, cuando no me ganó la desmañada pude avanzar en la lectura de Hombres buenos, la novela que comencé ayer. Estoy disfrutando la historia del bibliotecario Hermógenes Molina y el almirante Pedro Zarate, miembros de la Real Academia Española, en su aventura en pos de los 28 volúmenes de la Enciclopedia en el París de los años finales del siglo XVIII.
Esta noche seguiré la lectura. Advierto que no avanzaré muchas páginas. El cansancio acumulado y una sonrisa placentera me tienen secuestrado.
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En el tránsito por Guadalajara adquirí la biografía de Eduardo Galeano, escrita por el periodista bonaerense Fabián Kovacic. No me carcome la ansiedad. Esperaré un par de días reposados para sentarme y no parar sino para servirme otro café, un vaso de agua o llenar la copa de tinto. No sé si llegarán pronto o más tarde, pero vendrán. Entonces les contaré.