He dedicado mi segundo día de vacaciones a distintas actividades; domésticas, principalmente. En las relativas a mis proyectos de investigación y escritura pasé algunas horas hurgando en informes y documentos oficiales sobre la reforma educativa. El objetivo: prepararme para una entrevista radiofónica mañana por la mañana. No he concluido. La cantidad de información encontrada es imposible de leer en meses o años. Según el buscador de la propia Secretaría de Educación Pública, hay más de cuarenta mil resultados.
Creo que es posible afirmar que nunca se escribió tanto en tan poco tiempo sobre un tema semejante. La primera pregunta que me ronda la cabeza es: ¿cuántos de esos materiales fueron consultados y construidos con los maestros? La segunda: ¿cuántos de estos documentos son leídos y analizados por quienes tienen la obligación de ejecutar dichas disposiciones?
En las respuestas están muchas de las explicaciones a lo que sucede con la disidencia magisterial.
Entre las ideas que se me van conformando en la cabeza para la entrevista, una es dominante: quienes aprobaron y alentaron la reforma supusieron que una reforma educativa se consuma el día que la aprueban los congresos. Craso, penoso error. Aquí están las consecuencias. Y lo que falta. Seguramente regresaremos otro día al tema.