En dĂas pasados, pero hoy, especialmente, he visto muchos mensajes en Twitter y más en Facebook, declarando hartazgo por las campañas electorales, los candidatos (las candidatas tienen sus mĂ©ritos) y toda la basura que producen en la bĂşsqueda –dicen– de nuestro bienestar.
TambiĂ©n estoy harto. Debo confesarlo: hace varios dĂas no leo la prensa local y no he enviado mi artĂculo semanal en las dos anteriores.
Aunque las campañas se recortaron en tiempo, me sigue pareciendo que la reforma polĂtica de Colima es un chiste malo que debemos pagar (con pesos y emociones) los ciudadanos.
Con ese agridulce sabor salgo de mi cubĂculo este mediodĂa. Enfilo a casa, a comer en la mesa de trabajo para regresar a cumplir con las obligaciones. Me detengo en el segundo semáforo y me asombra, a esta hora, ver a un grupo de jĂłvenes (y no tanto), mujeres y hombres, ellas, sobre todo, bailando y agitando banderas. No sĂ© quĂ© mĂşsica les ameniza. En mi auto escucho a Sabina cantado por mujeres. Curioso, apago y bajo el cristal.
Las mujeres, un poco candorosas, un poco convencidas, un poco patéticas, bailan mientras el sol debe haberles humedecido hasta las uñas.
Subo el cristal. Digo no a quienes se acercan para entregarme su publicidad. Regreso a mi mĂşsica y marcho sin mirar.
Llego a casa. Caliento la comida y busco algo en la computadora. Youtube me pone el video más reciente. El magistral discurso de JosĂ© Mujica en las Naciones Unidas, septiembre de 2013. Traigo mi comida, me siento y escucho. Me distraigo, pienso, comparo, sonrĂo, me emociono. SĂłlo eso. No interrumpo, no hago nada.
Como, recojo plato y vaso, y salgo de nuevo al calor del mediodĂa.
SĂ, es posible otra clase de polĂtica, otros polĂticos, de otra forma. No sĂ© si lo verĂ©, pero tengo derecho a soñar; pocos polĂticos (tal vez dos, tres) me resultan ejemplares o modĂ©licos. Sus desempeños y palabras son el juez, no yo.
Mientras se consuma mi sueño, seguiré subiendo cristales y la música, intoxicado por el detritus electoral.
