Sí, confieso que a veces soy un poco malinchista. Que no me como los mocos, ni los cuentos de López Dóriga. Que el periodismo de Colima, con notables excepciones, me provoca escasa admiración. Es verdad, envidio la prensa internacional y a los grandes medios serios del mundo, como esos norteamericanos que una y otra vez jalan la cobija y descubren escándalos que acá pasarían desapercibidos.

En otro orden de ideas, tengo que reconocer que mis modelos de político, gobernante o líder son muy muy muy distintos a los que tengo en Colima. En política, por ejemplo, mi estándar es tan humilde, que resulta inalcanzable para el político colimense que presuma de ser la madre Teresa de Calcuta.

José Mújica es uno de mis modelos de político. Uno de esos raros especímenes que reivindican la dignidad de la política como servicio, que no lucran ni buscan beneficio personal, y que sin presunciones académicas, dicta cátedra de sabiduría. Que no necesita 18 guardaespaldas, suburbans o autos blindados, y que cuando sale a la calle, orgulloso, no tiene que esconderse de la rechifla o las montevideanas puteadas.

Entonces, cuando comparo los políticos de acá, sin remedio pero sin contemplaciones, sólo puedo sentir pena ajena, lástima por nosotros e indignación por este sistema político que procrea cuervos voraces y longevos.