Leo una frase impactante: “La mayoría de los trabajos que no expanden nuestros talentos nos convierten en esclavos a tiempo parcial” (Geoff Mulgan). Pienso, pregunto en silencio: ¿vivimos una nueva era esclavista?
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En estos días desfilaron por mi cubículo en la Universidad varios pequeños grupos de alumnos de pedagogía. Frente a la tarea de realizar su proyecto de investigación, antesala del fin de la carrera, buscan información sobre los proyectos que desarrollamos los profesores de tiempo completo.
Su interés, más la urgencia involuntaria, merecen respeto, así que no dudo en zafarme de los gélidos brazos de la burocracia coyuntural que me tiene secuestrado, para atenderles, explicarles y tratar de orientarles.
Me escucharon atentos y así los despedí al terminar. No sé si alguno, algunas regresarán, en todo caso, me gustaría que esta experiencia de elaborar la tesis se vuelva una de las más relevantes oportunidades de aprendizaje en su preparación profesional, en realidad, de su formación personal.
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Leo sobre el optimismo académico y la autoeficacia. Busco asideros para mi proyecto de escritura que tiene el título tentativo de “La escuela posible” o “La otra escuela”.
Las páginas me obligan a detenerme a cada instante. Repaso, tomo nota con pluma fuente tinta azul en hojas sueltas, subrayo en amarillo y vuelvo. El cansancio, además, me obliga a una lectura sin prisa. Disfruto el ejercicio, pero las reflexiones que induce tienen sombras.
El optimismo académico, concluyo, es una cualidad de la cultura global de la escuela. Los optimistas no son tontos a ciegas, o bobos que intentan cambiar con discursos de superación personal. Es una condición a que se llega con la conjunción de voluntades, de docentes comprometidos con el cambio y eso, siempre, significa estar dispuesto a trabajar distinto si es preciso, pero mejor, y a veces más. También se produce ese clima con buenas relaciones humanas (profesionales incluidas), gestión de las autoridades, inexistencia de factores que obstaculicen la enseñanza eficaz y deseo de superación de los docentes. No es complicado, pero menos frecuente de lo deseable.
Así se me va terminando la noche, oscilando entre el optimismo pedagógico de todo educador y la terca, negra realidad que cierra caminos venturosos y pondera otros espinosos.