Cada vez soporto menos el Facebook. Y cada vez me soporto menos cuando digo algo semejante. Solo un buen número de amigos, lo confieso, son la razón de continuar allí
Si ya me costaba trabajar pasear un rato por las olas de esa red social, con las campañas electorales en Colima se me volvió francamente odiosa. Es patético ver las expresiones de una, otra y otra parte. Lo peor de todo es que pretendan vernos la cara, como a unos perfectos imbéciles. Unos disparando hacia allá, aquellos envueltos en banderas de santidad, los otros para allá y para acá.
La democracia nuestra, me dirán los realistas, los escépticos o los inteligentes, es así. Y no hay más que salir a votar jubilosos cuando corresponda, mientras, a aguantar los baldazos de frivolidad y populismo.
Tengo la impresión, o quiero pensarlo que así, que el futuro será distinto. Que nuestros hijos, sus hijos, se cansarán de esta forma del ejercicio de la política y renunciarán a la condición de subalternos en que nos tienen sumidos hoy. Tengo un ejemplo buenísimo. Ayer, cuando subimos al auto, mi hija iba con un libro entre las manos; apenas encenderlo, las voces de una entrevista nos sorprendieron. Sin decir nada, es decir, sin avisar ni pedir permiso, lo habitual en esos casos, Mariana oprimió el botón de apagado y se callaron las voces de un candidato y su entrevistador. Se lo agradecí. Volví la mirada a la avenida, en silencio; ella, a su libro.
Así creo que vamos forjar un futuro distinto. Cuando los jóvenes de hoy, niños también, renuncien o digan no a este deprimente, decadente espectáculo donde la política es este pozo de mentiras y demagogia, y los ciudadanos, rehenes más o menos complacientes e indiferentes.