En noviembre pasado José Mujica, entonces presidente uruguayo, describió al mexicano como un Estado fallido. La declaración dolió hondo en la jerarquía gubernamental. La jauría oficiosa se desató y de Relaciones Exteriores pidieron que se retractara. Después de que el gobierno mexicana llamara a cuentas al embajador conosureño, el Pepe, sin complejos, suavizó sus palabras. Viejo sabio.
¡Oh, triste situación! No se equivocaba el ex guerrillero tupamaro: “Es muy doloroso lo de México. Yo apelo a que México reaccione en su ética y en su moral”; eso había dicho cuando rechinaron los dientes del presidente Peña.
Los meses pasaron y la verdad aflora sin cortinas de oropel ni humo.
En febrero de este año tocó el turno de provocar la ira mexicana al Papa Francisco. En una carta privada, que el destinatario tuvo el infortunio de difundir, Jorge Mario Bergoglio advirtió el peligro de la “mexicanización”, alertando sobre el avance del narcotráfico en Argentina. No estigmatizar, reclamaron airados desde Los Pinos mientras se desgarraban las vestiduras.
El sábado por la noche una enorme explosión ardiente cubrió la boca del oficialismo mexicano. Ahora, ¿quién podrá defenderlos?