Dediqué la tarde a reunir los capítulos que había estado trabajando por separado y que formarán un libro dedicado a la educación en Colima. Han sido varios meses en el proyecto, entre la escritura y reescritura de un par de capítulos colectivos, la revisión y correcciones de otros cuatro escritos por colegas invitados. La labor es minuciosa, amerita dedicación extrema. A veces la evito, luego, cuando llega la hora, me dedico con pausas periódicas para mantener la cabeza fresca. Cerré la pantalla por un momento y abrí las tareas de los estudiantes de posgrado para calificarlas. Me distrajo el sonido de un mensaje por teléfono. La noche había caído cuando desvié la mirada al jardín. Abrí Whatsapp. La foto de un hombre sonriente sentado frente al mar, su hijo, más pequeño, al lado. Lo identifiqué de inmediato. Davide Arena. El mensaje era funesto. Un nudo me cerró la garganta; pasaron por la memoria algunos momentos. Descansará en paz. Luego pensé en el hijo, y el dolor laceró la poca tranquilidad. Tiene la edad de mi Mariana Belén y una pena inmensa que sobrevivir.
¡Hasta siempre, Davide!