Comencé la semana con emociones encontradas. Me duele la condición de salud de un querido amigo, Pedro Vives. Apenas el martes pasado habíamos visto una luz en su recuperación después de un problema serio, y vivido una noche estupenda, animados en la conversación y escuchando viejos tangos. Anoche lo vi de nuevo, sonriente con esfuerzo, con la templanza de siempre, pero lo prefiero sentado a la mesa, en su silla de la cabecera, con su humor de siempre y no acostado en la cama.
En las antípodas. Ayer fue un día especial en el periplo profesional. Empecé un proyecto de investigación y escritura que me llevará un par de años. Y pocas veces puedo afirmar, como hoy, que escribí las primeras páginas del libro que más me desafía en estos años.
Hoy pasé una tarde extraordinaria en el taller de un admirado artista y amigo, Mario Rendón, quien me invitó a visitarlo. Recorrimos su taller, me contó la historia de casi todas sus piezas y entre la casa, los distintos espacios, las obras de arte y la conversación siempre generosa del maestro, se me fueron las luces del día y se encendieron los privilegios de disfrutar amistades extraordinarias.