En mi programación de actividades para vacaciones, dispuse esta semana para trabajar en el proyecto de investigación que desarrollo desde enero y titulo “Escuelas de Colima”. El lunes comencé dubitativo, hojeando apuntes, mi diario de campo, los fragmentos en la computadora. Ayer seguí en la brega; parecía titánica la tarea, por momentos, caótica, ante la cantidad de entrevistas y material luego de visitar cuatro escuelas. Hoy encontré un norte y lo más parecido al ritmo que busco. Escribí once páginas. Es fantástico. Si me había propuesto cinco diario, doblar la cantidad es secundario frente al hallazgo de la respiración que deseo. El título del capítulo, primero que tiene forma en el proyecto, me lo regaló una directora en entrevista y no lo voy a cambiar: Aquí nunca decimos “no se puede”. Una lección, precepto, bandera, un recordatorio poderoso de cuando la escuela tiene sentido no solo como ritual, y la docencia, como misión de transformación social.