Hace dos semanas recibí una invitación inesperada, de persona insospechada, con quien tuve profundas diferencias políticas. Me pidieron leer un documento y señalar aspectos débiles o poco claros; su utilidad, del documento, podría ser muy alta para la definición de algunas de las políticas educativas en el país. Los nombres e instituciones me los reservo. La distinción me elogió por su origen y posible relevancia. Por supuesto, acepté. Leí el documento varias veces, tomé notas en unas tarjetas y cuando creí que tenía el tono y la idea general donde engarzar ideas, empecé a escribir mi comentario. Me salieron 5 o 6 páginas, insumo para las correcciones, ordenamiento y depuración. Dos o tres días después lo retomé, con dudas al releerlo. La conclusión me parecía contundente pero un poco incómoda. Intenté arreglar con breve nota introductoria que explicara los argumentos desglosados. Otro par de días vacilé en la conclusión, hasta que me recordaron la urgencia. Lo hice y la noche en que terminé sufrí intentando responderme un par de preguntas: ¿cuáles son los límites de la crítica?, ¿tiene límites la crítica o experimenté un proceso de autocensura?
La pregunta inicial, o ambas, pueden recibir distintas respuestas. Zanjé la duda con un argumento que tomé prestado de Pablo Latapí Sarre: el que no piensa como yo, me ayuda. Pensé lo mismo y dije: si buscaran aplausos, no habrían llamado al tacaño en la adulación. Continué: si me buscan para ayudar a afinar un documento en proceso, entonces, la mejor forma de cumplir la encomienda es examinando con rigor.
La segunda cuestión me sigue rondando y no tengo respuestas, porque se mezclan las lógicas, entre la autocensura para no ser tan honesto que termine siendo execrable, o tan franco que se confunda con pedantería o rabia. No sé donde empieza y dónde debe terminar la autocensura, o si debemos suprimirla. Supongo, preliminarmente, que eso depende del lector o de quien pide la opinión y sus intenciones. Tal vez. Volveré a las dudas más tarde o más temprano.
Magdalena Urueta López
Estimado Juan Carlos, considero que si acuden a tu crítica, debes ser todo lo honesto que eres contigo mismo. Quienes te hemos escuchado y leído (mi caso, Profesora de Historia en la ENP), confiamos en tu trabajo razonado, honesto y buen crítico. CON TODO, porque lo mejor es siempre ser honestos, primero con nosotros y después con los demás. En cuestiones de educación hacen mucha falta buenos juicios de los que si damos clase y nos preocupamos por nuestros jóvenes, sus vidas, el futuro y nuestra nación.
Juan Carlos Yáñez Velazco
Hola Magdalena:
Muchas gracias por leerme y por tus comentarios. Sí, la honestidad no se negocia. Es un buen recordatorio.