Los recuentos son ineludibles al cerrar años o ciclos. Son necesarios, incluso, para ordenar, desempolvar aciertos y fallos, valorar y darles la justa dimensión a los detalles de la vida.
2018 ha sido extraordinario para mí. No porque haya sido todo espectacular, sino porque sucedieron cosas fuera de lo ordinario. Lo esencial no faltó nunca: salud, primero. El trabajo fue a veces extenuante, pero en tiempos aciagos parece una bendición del dios de los ateos laburantes.Y con un equipo sin par, la tarea es más fácil. Gracias a Isa Meneses, Ale Meza, Angeles Salinas y Alejandro Barbosa Fuentes. Les debo gratitud por siempre.
Motivos para la alegría encontré a cada paso. Los íntimos se quedan donde deben, a donde pertenecen. Profesionalmente tuve un año estupendo: en el periodismo reviví compromisos e ilusiones colaborando con El Diario de la Educación, y reabrí la columna semanal en dos medios locales, e intermitentemente con Educación Futura.
Después de larga sequía, una noche de mayo, preso de calor y lecturas delirantes, empecé a escribir un librito que presentaremos al comenzar 2019. Se llama Elogios de lo cotidiano; tributo a muchas personas y a mi pueblo. Gracias a Miguel Uribe Clarin y Salvador Silva, a Puertabierta, a Gil Garea.
Mis relaciones con las instituciones educativas maduraron: fui invitado por la Universidad Autónoma de Yucatán para integrar un órgano colegiado de sus preparatorias, y encontré una experiencia vivificante al lado de colegas como Vero Cortés, Edith Díaz, Tania Ríos y Julio Novelo. Volví a San Luis Potosí, donde habitan buenos amigos; pasé por el Colegio de Bachilleres, con Sergio Dávila, y estuve en la Universidad, a donde llegué por la gentileza de Ricardo Barrios. La Prepa 8 de la Universidad Autónoma de Nuevo León me distinguió y encontré un par de colegas y amigos especiales, Teresa Ramírez y Benito Ruiz. A la Universidad Autónoma de Coahuila pensé que no volvería, pero una noche me sorprendí con la invitación inesperada de la doctora Barrón, hice la maleta y me fui vía Monterrey, para disfrutar el frío y la conferencia ante un puñado de buenos profesores.
Mi año había empezado muy promisorio, con sendas conferencias para Editorial SM en Chihuahua y Monterrey, y cierra de forma inesperadamente festiva. Encontré un nuevo proyecto de escritura para hurgar en escuelas de Colima, y un libro en proceso que hoy rebasa las 60 páginas.
2018 ha sido feliz, si cabe la expresión un poco fatua. 2019 me desafía ya y no estoy dispuesto a hacerle concesiones. No todo es belleza. En 2018 se adelantaron buenos amigos, otros enfermaron; el Instituto donde laboro sufrió un atentado mortal que lo tiene en terapia intensiva, pero eso, siendo duro, es quizá el recordatorio, inevitablemente doloroso, de que nunca podemos dejar de valorar lo que tenemos y disfrutarlo al máximo, como cada hora del día.
Muchas gracias por leerme, visitar este muro y compartirme virtualmente su amistad, el gesto amable, saludos afectuosos y buenas intenciones. ¡Son correspondidos sin medida!
¡Feliz año nuevo y que se cumplan todos sus deseos, por lo menos, los que valen la pena!