He dedicado algunas horas del fin de semana a la lectura y observación de videos sobre filosofía y ética, preparando materiales que usaré en las sesiones con profesores del CONALEP en el estado durante la siguiente semana.
La filosofía es una base fundamental para el ejercicio pedagógico, y al gusto incipiente en los años de la licenciatura sumé el entusiasmo de encontrarme con extraordinarios practicantes de ese oficio cuando cursé el posgrado en la UNAM. Son inolvidables las clases con Juan Carlos Geneyro, profesor argentino con quien luego trabé una amistad especial. La última vez que nos encontramos, hace seis años, tomamos café en la espectacular librería de El Ateneo Grand Splendid en Buenos Aires.
Desde entonces pienso que la filosofía, además de su importancia intrínseca para sustentar las teorías pedagógicas, es una de la más deliciosas formas del conocimiento humano, cuando es enseñada por personas que se dedican a ella no para regodearse en la sabiduría, sino para compartirla generosamente. Eso ratifico ahora que he leído y escuchado a Adela Cortina o Fernando Savater, pensadores lúcidos y comunicadores excepcionales, que llevan a límites sublimes cuando lo aderezan con humor fino.
Esta mañana me he preguntado por qué no dedico un poco más de mis tiempos de estudio a internarme por estos territorios. Espero hacerlo sin tantas intermitencias. Además de aprendizajes, viviré momentos placenteros.