Esta mañana despertamos más temprano luego de dos semanas de relajamiento disciplinario. Es la vuelta a la instrucción en casa. Mariana, un poco malhumorada; yo, somnoliento. Preparé su desayuno muy ligero. Ella se quedó ahí, en un espacio más fresco a esta hora, cuando no calienta el sol, a esperar el comienzo de su jornada escolar; yo fui a mi mesa de trabajo rebosante de libros.
Desde mi espacio no la veo, pero a veces la escucho, como al canto de los pájaros que empiezan su trino cerca de las 8 h. Al poco tiempo de estar cada uno en su sitio, el griterío se hizo más feliz o más estruendoso, dependerá el estado de ánimo del escucha. A ella le dieron la bienvenida.
Pronto estamos todos. Ella en sus archivos; yo leyendo un libro sobre el movimiento universitario de Córdoba, Argentina, de 1918. Y la alharaca de las aves afuera, enfrente de Mariana: un carpintero tozudo aporreando su pico contra algún poste; dos colibríes de tonos rojizos, o tal vez así los veía con los primeros rayos del sol, y un escandaloso pájaro amarillo que fastidia a la estudiante de secundaria, a la que el calor de la mañana todavía no calienta.
Dos semanas después estamos casi todos, porque no han llegado algunas abejas que vienen a beber de las flores amarillas, homenaje a Mauricio Babilonia. Vendrán más tarde, seguro, porque ellas o no madrugan o estarán en otras tareas.
¡Feliz regreso a la instrucción!