Mi despertar no podía ser más doloroso. Un wasap me tundió. Falleció Reyes a las 5 de la mañana; me avisaron. Las horas que pasaron desde ese momento me tienen conmocionado, con un vacío y ganas de llorar, luego lloro, me dan ganas de nuevo, y quisiera dormirme para no sentirlo.
Tenía untada en la memoria la situación de salud de Josué Reyes desde el jueves que lo supe. El sábado por la mañana, durante la presentación del libro en el Instituto Ateneo de Colima, comencé mi participación confesando que no podía estar feliz cuando mi amigo estaba hospitalizado en estado crítico por COVID-19.
Conocí a Josué, o Reyes, como me gustaba llamarlo, hace 35 años. Estudiamos juntos en la Facultad. Él había ingresado un año antes a la Escuela Superior de Ciencias de la Educación, luego dejó la carrera y volvió para incorporarse a nuestra generación, la 1984-1989, cuando se creo Pedagogía.
Josué ya era un hombre maduro, no por edad, sino por razonamientos, actitudes, y por las responsabilidades familiares. Nosotros terminábamos clases y podíamos irnos de pinta, él salía del salón para trabajar en la llamada Biblioteca Central de la Universidad de Colima. Luego se fue al gobierno estatal y nuestra comunicación se mantuvo.
No cursamos la misma carrera; él eligió planeación y administración educativa, yo, educación superior, pero trabamos una amistad que sobrevivió y aumentó en los años recientes, especialmente en los últimos.
La historia la tenía casi completa, pero me la refrescó hace algunos meses en que me acompañó a Manzanillo para presentar un libro en el Ayuntamiento. Las horas del viaje fueron un repaso agradable por aquellos años y por sus proyectos en marcha.
En algunos momentos fuimos no sólo buenos amigos, porque me trataba con una fraternidad más parecida a la de un buen padre. Me escuchaba, luego, sonrisa por delante, me desmenuzaba sus análisis que me ayudaban siempre, porque era sincero, porque teníamos afecto y buscaba compartirme su experiencia. En situaciones críticas, cuando lo busqué, estuvo siempre. Las pocas veces que me pidió algún apoyo, lo hice sin condiciones.
En esta pandemia ya murió mucha gente conocida, más o menos distantes, pero nadie tan cercano como Josué Reyes Rosas Barajas. Su partida me duele hondo, porque lo quise como amigo, asesor a veces y como padre en los momentos que me escuchó y tendió la mano.
Mi abrazo fraterno y agradecido para Raquel y sus tres hijos, a quienes amó profundamente.
¡Hasta siempre, querido amigo!
Jose Manuel Ruiz Calleja
EPD TU AMIGO
Juan Carlos Yáñez Velazco
Un abrazo, doctor. A cuidarnos mucho.