Con una mezcla de nostalgia y alegría reposada escuché el último discurso del Pepe Mujica al retirarse del Senado uruguayo.
¿Qué más se puede decir del personaje?
Fue guerrillero, prisionero y luego emprendió la lucha política. Su vida, con las imperfecciones humanas, evita que le rindamos tributo como santo, porque no lo es. No sería coherente levantarle una iglesia.
Su ejemplo es inmenso. Llegó al poder sencillo de equipaje, sobrio, y se fue así. Ahora, que se retira, no lo hizo distinto. A sus 85 años creyó que el fin de su carrera era ya. Se va a su chacra, ya famosa y visitada por las televisoras de todo el mundo, a tomar mate y acariciar a sus perros, cultivando flores y haciendo tareas sociales.
No es fácil encontrar otro personaje como él en este mundo de fatuidades, donde importan más las apariencias. El respeto del pueblo uruguayo es universal, o casi. Raúl, el guía de turistas que me trasladó de Montevideo a Punta del Este, en conversación personal, me confesó no ser adepto al Frente Amplio, pero reconoció que el respeto es de todos, porque es un líder genuino y generoso.
¡Hasta siempre, querido Pepe! ¡Aguante muchos años más!