Suele decirse que la justicia es ciega. Con los ojos cubiertos se le representa en la estatua icónica, tomada de Temis, diosa griega del orden.
Pero en estos tiempos, o tal vez siempre, o siempre en ciertos momentos y circunstancias, la justicia, además de ciega, es lenta, muy lenta, lentísima. A veces no llega.
La corte suprema de justicia (debe leerse aquí: injusticia) en los Estados Unidos, resolvió que la familia de Sergio Adrián Hernández, un niño mexicano de 15 años, asesinado en Ciudad Juárez hace diez años, en la frontera entre ambos países, cada uno en el suyo, no tiene derecho a ningún reclamo, porque se trata de un caso de “política exterior y seguridad nacional” (así tal cual).
Una justicia ciega, lenta e injusta. Una justicia extraviada. Injusta justicia.