A veces corro sobre las páginas y luego, cuando paro, me pregunto qué leí. Con frecuencia no lo recuerdo. Me regreso al último punto en la memoria o cierro para mejor ocasión; en ocasiones, drástico y aburrido, para siempre.
A veces leo de a poquito, como una taza de café caliente pero sabroso. Eso me pasa con Eduardo Galeano. Y después de que murió, más. Atesoro cada uno de los recientes y los navego lentamente, porque sé que no habrá más.
Así voy ahora con “Amares”, antología de sus mejores textitos, elegidos por él. Así los disfruto y se termina la noche, pero se me quedan bailando sus personajes, a los que rezo para espantar el insomnio.