Lagrimeando como un padre baboso
Joaquín Sabina
En 2013 Mariana Belén, como casi todas las niñas de aquella época, tenían metida entre los ojos a Violetta, la chica argentina convertida en personaje mundial de Disney, que rompió fronteras, alcanzó Europa y el resto de América. Desde México, Mariana ya era fan.
Apenas llegar al invierno en Buenos Aires, escala rumbo a Santa Fe, en los kioscos de las calles Corrientes y avenida de Mayo le busqué todas las historias que pude de la flaquísima Tini Stoessel, Violetta.
Feliz, callada como suele, recibía los regalos en el Apartotel Congreso y los abría uno a uno para admirarlos, leerlos y releerlos, luego atesorarlos.
Ya en Santa Fe supimos que Violetta tendría temporada en el emblemático Gran Rex, así que me inscribí al Ticketmaster argentino y compré las mejores entradas que pude. Era el mejor regalo para su próximo cumpleaños. Recibí los boletos a vuelta de correo y, sin que lo supiera, viajamos las cinco horas de Santa Fe a Buenos Aires para ver el espectáculo en vivo.
Esa noche es una de las mejores que recuerdo de Argentina y de sus 15 años. No sé si cantó todas las canciones, tampoco recuerdo si se sentó en algún momento de aquellas dos horas del show. La miraba de reojo con sus poquitos años y en sus ojos brillaba una emoción desconocida. Su hermano, travieso, con menos años, se burlaba mientras yo le pedía que la dejáramos disfrutarlo. En algún momento me conmoví sin entender exactamente por qué, supongo que es la sensación de ser padre y ver a la hija extasiada.
A la salida nos pidió esperar a la protagonista y ahí estuvimos, en el gentío juvenil agolpado en Corrientes 857, hasta que salió uno de los autos llamados allá de “alta gama”, y el griterío de las chiquillas nos hizo terminar la aventura con una hija feliz en la noche bonaerense, caminando de la mano, gorra y chamarra de Violetta en su sitio, agitando la bandera que todavía conserva en su cuarto.
La noche fue espléndida y concluyó en alguna pizzería antes de volver al apartamento. No sé cuánto recuerda ella y cuánto invento yo ahora.
Hace algunos días en el auto escuchó una playlist de Violetta y se sorprendió de que sabía todas las canciones y, sin quererlo, las cantaba. El retrovisor de ahora trajo a mi niña de ayer. No, no lo hemos olvidado y perdurará un tiempo largo aquella noche de sueños infantiles cumplidos.