El ajetreo intenso del fin de semana, las noches de insomnio y la primera media jornada de trabajo presencial en muchos meses pasaron factura impagable este lunes. Apenas terminar la comida, la somnolencia aplastó. Habría deseado caer dormido y despertar mañana, pero sería error fatal. Preparé café frío y tomé el libro que comencé el sábado: Un hombre que duerme, de Georges Perec. Curioso y paradójico título para un hombre que evita dormir en el calor colimense, por ahora.
El libro es bellísimo como objeto artístico; tiene una portada en papel sobrio, y se adorna con una pintura del siglo XVII de Domenico Remps, llamada “Pequeña tienda de curiosidades”, que abarca tapa y contratapa, cubiertas por una camisa con la misma obra.
A Georges Perec debo la inspiración para escribir Elogios de lo cotidiano. Mi gratitud me convierte en lector permanente de su obra; no puedo serle infiel en la lectura. Así, entre sus páginas, trataré de retornar a la lucidez vespertina para el resto de la jornada.