Es viernes. El cuerpo lo sabe. Lo sabe la cabeza, la mente o esa parte donde reside nuestra conciencia. En este enésimo fin de semana en cuarentena, la conciencia perdió las cuentas. Mis semanas son casi siempre muy productivas, más que en la “vieja normalidad”, pero el agotamiento es inocultable, porque al aislamiento se aúnan el hastío natural de cuatro, seis, ocho paredes, la incertidumbre por las circunstancias y el miedo por la presencia del bicho invisible que está convulsionando al mundo.
Es viernes, he terminado el capítulo de un libro, estoy satisfecho, no solo por una meta cumplida, sino por el esfuerzo que me deja tan contento como exhausto. Es viernes. ¿Y qué falta?
Es viernes, viernes de pandemia, mi cuerpo no lo sabe, y no tiene por qué saberlo, soy yo quien debe recordarle que hay un momento en la semana donde debemos parar la máquina, respirar hondo y tirar todo el lastre. Mañana se abre un episodio distinto.
Es viernes, el cuerpo no lo sabe. ¿Qué sigue?