Primer día de actividades en el XIII Congreso Nacional de Investigación Educativa. Chihuahua fría para un habitante del pacífico cálido.
Esperaba un inicio espléndido con la conferencia inaugural de Pablo Gentili. No hubo explicación; solo cambiaron al conferencista. Fue Alberto Arnaut el emergente. Valió la pena escucharle.
El resto de actividades que elegí me dejó varias notas en el cuaderno y un juicio positivo. Si se trata de aprender, cumplí el objetivo.
Aunque he asistido a otros multitudinarios congresos nacionales, ya no recuerdo cuál fue el último en el que pude estar todos los días y sentarme sin prisa en los auditorios. Las dos veces anteriores, en la UNAM y Veracruz, asistí, participé y regresé de inmediato a mis compromisos laborales. El tiempo para esta clase de aprendizajes era corto, y lo lamento, porque creo que si los funcionarios universitarios de vez en cuando se sentaran a escuchar lo que tienen que decir sus profesores e investigadores, muchas ganancias obtendrían sobre otros ámbitos de la realidad, distintos a los que suelen escuchar o leer. Pero eso es punto y aparte.
Ante un programa de actividades de 300 páginas, más de 1200 ponencias, conferencias, conversaciones, presentaciones de libros, simposios, exposiciones, etcétera no podré cubrir ni el uno por ciento.
Mañana me toca participar. Esta noche, antes de escribir esta página en el restaurante del hotel, he dejado lista mi intervención. Ya contaré algo, si lo amerita.