En mi colaboración anterior para Hermes acudí a Fernando Savater, quien confiesa su escepticismo sobre la humanidad cuando pase la pandemia: “vamos a seguir siendo lo mismo, pero un poco peor”, respondió el filósofo español a una pregunta periodística.
La historia avala su declaración. El siglo 20, por ejemplo, cargado de guerras, violencia, epidemias, hambrunas y crisis económicas siembra pesimismo, aunque también pueden presumirse logros enormes en campos de la medicina, biología, química o tecnologías para la comunicación y el procesamiento de información.
Cada uno tendrá sus propios argumentos y posturas sobre la raza humana cuando la pandemia de coronavirus quede atrás o nos procuremos formas más efectivas de coexistencia con enfermedades de ese tipo.
Ingreso de nuevo al campo educativo. ¿Los sistemas educativos cambiarán para mejorar? ¿Se transformará positivamente el sistema educativo en nuestro país?
Hoy no encuentro señales claras. Resumo: no se está replanteando el proyecto educativo nacional, no hay una inversión financiera ni de ideas para adaptarse a las condiciones pandémicas. Dudo de la comprensión cabal del problema en las oficinas donde se toman decisiones políticas.
La primera de todas las tareas en tiempos pandémicos era la de pensar. Preguntarse. Comprender. Sin atisbos de comprensión priman la improvisación, ligereza de juicios y cierto menosprecio a la necesidad de conformar un nuevo proyecto donde, en efecto, la buena educación sea un derecho tangible de todos desde preescolar. Hoy no lo es.
En el plano de las ideas encuentro una de las primeras y más graves causas del atraso hipotético en los próximos años o décadas. Argumento mi juicio: si las soluciones implementadas revelan comprensión, las que tenemos reflejan una muy pobre, como creer, por ejemplo, que sólo con pantallas y conectividad dimos un salto adelante. Esos son medios. El problema es pedagógico. Priorizar la dimensión tecnológica conduce al embrutecimiento de la capacidad de pensar alternativas eficaces.
Si hacemos caso a las declaraciones oficiales, un mes y medio después de la vuelta oficial a clases apenas la mitad de la población estudiantil regreso a las aulas. ¿Es asunto de mala voluntad o comodidad? ¿Hay otras razones para explicarlo? ¿Por qué la resistencia de profesores a volver?
Entonces, ¿cambiará el sistema educativo mexicano sustancial y efectivamente?
Con el ajedrecista Garry Kaspárov, multicampeón mundial, aprendí una lección aplicable al territorio de la escuela: siempre tenemos que preguntarnos por las otras soluciones, siempre tenemos que buscar alternativas. Aplica en los escaques y en las escuelas, pero para buscar las alternativas, primero debemos precisar el diagnóstico. ¿Lo tienen ya en las oficinas que hoy festejan los 100 años de su creación?
Los diagnósticos certeros no garantizan la solución de los problemas o enfermedades, pero sin diagnósticos, el camino a la transformación no conduce a destino promisorio.
No soy fan de Rodrigo de Triana, pero me encantaría mirar al horizonte y encontrar señales del nuevo continente educativo.