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El libro infinito en 2023

Posted by Juan Carlos Yáñez Velazco

Cuando leí las primeras páginas de El infinito en un junco, luego de varias reseñas, tomé una decisión inédita [en mi vida]: leerlo sólo en los viajes que tuviera durante el año. Era un albur. Dejar un libro durante semanas, o meses, podría significar el olvido entre todos aquellos que nunca terminamos, pero valía la pena.

Hoy, 26 de diciembre, leí las páginas finales de esta obra maestra de Irene Vallejo, en un atardecer fresco, con los volcanes de nuestro estado vestidos de blanco, como manteles para la fiesta magna.

Confesado lo escrito, no tengo empacho en reconocer que fue el libro que más tiempo prolongué en lectura. Los viajes escasearon; los que hubo, fueron breves e intensos. Pero El infinito en un junco me acompañó en cada uno de los kilómetros recorridos lejos de casa. Viajó en autobús, por los aires, en auto propio, en alguna lancha.

Llegó conmigo siempre, aunque ya se notan las huellas del peregrinaje. ¡Cómo no! Estuvimos en la playa durante tres campamentos. En la montaña aparecía al lado de mi termo de café por la mañana o antes del atardecer frío. Durmió en hoteles de ciudad, en aviones, en vagones del metro, en cabañas o casas de campaña. Fiel y silencioso, dispuesto a trasladarme al mundo mágico.

Se agota el año y constato que fue pródigo en libros extraordinarios. Sumé nuevos autores, ya entrañables, huéspedes de honor en mi biblioteca. Como Theodor Kallifatides, a quien leí completo en español y espero ansioso próximos volúmenes; entre paréntesis: recomendación de Irene Vallejo, como Christopher Morley y La librería ambulante. Leí a Amor Towles, a quien llegué por Kallifatides.

Estuvieron los escritores de siempre, por supuesto. Stefan Zweig o Joseph Conrad, por ejemplo. También una colección de poemas esenciales, que procuré leer uno cada semana, aunque no lo logré casi nunca, entre ellos: Pessoa, Whitman, Verlaine, Rimbaud, Tagore, Byron, García Montero, Gelman, Paz… Uno quiere leer más, pero el reloj tiene las mismas horas y las ocupaciones a veces crecen.

El mapa en el itinerario es diverso. Libros lúdicos, como el diario de Juan José Millas (La vida a ratos), de Petros Márkaris o David Safier. Páginas profundas, reflexivas, como las de Martha C. Nussbaum o Philippe Meirieu. Autobiografías, como la de Salman Rusdhie. Momentos tristes hubo, como la partida de Nuccio Ordine o Milan Kundera.

Disfruté todas las páginas, unas más, es verdad. Pero ningunas, confieso, me provocaron tantas emociones como las últimas que hoy cerré de El infinito en un junco.

En el balance final, pues, 2023 ha sido un año estupendo en materia lectora. Lo cuento sin presunción. 2024 me encontrará pertrechado.

¡Gracias, en especial, a Doña Irene, por estas historias a las que volveré un día, sin prisa, con emoción infinita!

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