Diario de un hombre sentado en la plaza

Día 1

Posted by Juan Carlos Yáñez Velazco

Llegué más temprano de lo habitual a la plaza. Es la estación intermedia rumbo a la oficina. La costumbre se arraigó hace tiempo. Salgo de casa a las 7 de la mañana, llego a la plaza, dejo mi auto en la vereda sombreada y camino por donde me llevan los pies, sin rumbo ni prisa. Busco una banca para sentarme, pero hace dos meses es siempre la misma. Aunque no me lo proponga, termino ahí. La razón es que se convirtió en una cómplice misteriosa. Ella es invisible, o yo en ella me convierto en humo. Nadie me mira, nadie me saluda y eso me tranquiliza. No estoy obligado a hablar con nadie. Desde esa esquina, entre viejos y altos árboles, veo el tránsito humano y escucho cerca el automotriz. El segundo no me distrae. El primero es un oasis para mis afanes observadores. No soy precisamente un voyeur, pero me gusta observar a las personas. No les daño ni tengo malas intenciones. Sólo registro por unos instantes, luego olvido. Veo su caminar lento o apresurado, el movimiento de sus manos, la inclinación de sus cabezas, el baile de sus brazos… es un pequeño espectáculo en el que me abstraigo de casi todo. Me relaja el ida y vuelta humano. Una hora estoy así, luego, paso al café de la esquina, el viejo, porque en los años recientes se instalaron otros con nombres extranjeros o rimbombantes. Pido mi café. No dejo que me sorprenda el despachador, porque nunca sabe que pediré: a veces un expreso doble, otras un americano sencillo, un café con leche, un chocolate con agua cuando el clima refresca… Nunca sabe que pediré. Pequeño triunfo.

Vaso en mano, quince minutos antes de las 9 enfilo a la oficina, el edificio donde laboro hace 20 años como registrador de nombres y organizador del archivo en una dependencia burocrática cuya trascendencia es nula, de la que se olvidaron todos, los alcaldes, los jefes de recursos humanos, los ambiciosos de turno. Todos. Existimos porque somos invisibles.

Esa es la rutina de cada mañana. La misma, pero distinta cada jornada gracias a las personas que observo cada día sentado en la banca de la plaza. Por ahora, en mi banca.

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