Anoche leí unas páginas de Yo el supremo, de Augusto Roa Bastos. Una frase me bulle desde entonces: “En materia de cosas opinables todas las opiniones son peores”. “En materia de cosas opinables todas las opiniones son peores”, “…todas las opiniones son peores”, “…todas las opiniones son peores”. Así, incesantemente. Sólo dejé de pensarlo cuando tuvo un incidente en el semáforo antes de llegar a la plaza, a causa de un ciclista que casi me atropella, si es que existe la posibilidad de que una bicicleta vieja atropelle a un auto, aunque sea pequeño y anticuado.
Sentado en la banca de la plaza “…todas las opiniones son peores” sigue bailando en la cabeza mientras dos pájaros negros pelean por un trozo de mango, brincando uno contra otro, como gallos en palenque. Se suman otros tres o cuatro y ya parece un ballet, mientras el botín verdeamarillo queda tirado en el piso. ¿Jugarán ahora?
“…todas las opiniones son peores”. Me gusta la frase y me sirve ahora para explicar por qué no tengo el hábito de leer noticias o escuchar programas de opinión, pues si todas las opiniones son peores, no vale la pena perder el tiempo. Tenía, pero ya no tengo esa costumbre, desde entonces, no me siento menos ciudadano, pero mi humor se volvió menos agrio.