No tengo por costumbre escribir sobre libros sino hasta que terminé su lectura, pero esta vez faltaré al hábito aunque me falten varios capítulos. No puedo ni quiero esperar hasta la última página. Lo disfrutado ya es suficiente para compartirlo.
La obra que comento es excepcional, como su autor. Se llaman “Entre siglos. La educación superior en México. Tomo II” (México, Santillana, 2009) y Manuel Gil Antón. El autor fue profesor en la Universidad Autónoma Metropolitana y ahora trabaja en el Colegio de México. “Entre siglos…” son dos tomos que reúnen los artículos escritos en poco más de una década en una columna que llevó por título “El Peón de Marfil”, en el periódico “La Crónica de hoy”. El primero aborda temas generales de educación, el segundo a la enseñanza superior.
Son textos breves, profundos en contenido y magistrales en forma. Escritos para el periódico, para ser leídos sin un conocimiento sesudo de los temas. El ángulo desde el cual mira Gil Antón es inquisitivo y singular, la claridad y precisión contundentes. Se puede leer en la mesa de trabajo o en la cama, se pueden estudiar o nada más disfrutar.
Como no quiero caer en elogios excesivos extraje varios párrafos de distintos apartados y páginas tal como se leen, para presentarlos como si fueran un texto unido; la segunda mitad de mi colaboración la escribirá cada uno, cada una, si así lo desea. Con ustedes, Manuel Gil Antón, El Peón de Marfil.
“Tengo entendido que, en empresas reacias a pagar correctamente sus impuestos, existe más de un libro de contabilidad: el real –siempre oculto- y aquel que le muestran a la Secretaría de Hacienda. Algo semejante ocurre en las instituciones de educación superior. Cuando un investigador requiere datos para su trabajo, llega a la sección correspondiente y pregunta: ‘¿cuántos profesores tienen? ¿Qué grados han obtenido, cuál es su edad y antigüedad en el oficio?’. Suele suceder que a uno le proporcionan números que no coinciden con los reportados en los anuarios de la ANUIES… En consecuencia, es preciso reconstruir los datos plantel por plantel y, al final, se obtiene otra cifra distinta… ¿Quiere los números reales? ¿Los que mandamos a ANUIES? ¿Los que van a la SEP? ¿Los que conoce Hacienda o los destinados al informe del rector?”
“¿Cuántas entidades integran el sistema de educación superior? En unas fuentes se habla de instituciones, en otras de unidades académicas; algunas toman como unidad de registro a las DES –dependencias de educación superior- y no falta la oficina gubernamental que contabiliza escuelas, sin que resulte claro a qué se refiere. Parece baladí el asunto, aunque no lo es: impide determinar la distribución, diversidad y cantidad de espacios en los estudios superiores.”
“¿Cuántos estudiantes hay, entendiendo por ello a quienes, en efecto, están realizando estudios en un momento dado? Una cosa es referirse a todos los inscritos en alguna institución –incluyendo a aquellos que han causado baja pero no de manera formal-, y otra saber, con precisión relativa, la cantidad de muchachos que asisten regularmente a clases.”
“¿Cuántos profesores laboran en el sistema? Es añeja la confusión entre puestos de trabajo y personas: la ‘plantilla’ de plazas no siempre está ocupada y, con frecuencia, un individuo tiene varios contratos de tiempo parcial.”
“¿Qué significa el burdo manejo de las cifras? Establecer una meta es necesario pero, en un sistema democrático, que incluye la rendición de cuentas y la transparencia, no se deben alterar los indicadores con tal de pretender que se ha cumplido o que se está ‘a un tris’ de lograrla… De este modo, al informar, estaríamos en condiciones de comprender los obstáculos que toda proyección humana debe enfrentar y de valorar los cuellos de botella que frenaron el flujo que se preveía factible. Entonces, como ciudadanos, analizaríamos la explicación que acompaña a las cifras y, ponderando los inconvenientes, podríamos aspirar a cumplir el objetivo de ampliar la cobertura en realidad y no sólo en el papel.”
“Hay un supuesto erróneo por parte de las autoridades. Viene de lejos, no es privativo de la administración foxista: su prestigio consiste en hacer que lo previsto –por ellos- se cumpla a rajatabla o se le aproxime lo más posible, so pena de ser mal evaluados. Y este supuesto descansa en otro, más hondo: todo depende de ellos. No hay imponderables en la acción humana ni otras esferas de la vida social que lo alteren, incluyendo la responsabilidad de otros actores, los errores normales en las expectativas, nuestras opciones políticas o el nivel de participación social en el asunto. Todo se juega ‘allá arriba’. Ergo, a ver cómo maquillamos las cifras para que luzcan mejor, conforme a lo planeado.” twitter@soyyanez
Fuente: Periódico El Comentario
Janay
I rcoken you are quite dead on with that.