I. En el sistema educativo mexicano nos hemos acostumbrado a un extraño fenómeno que parece normal: que no todos los niños puedan ingresar a la escuela, que se rezaguen, que los que ingresan no terminen en tiempo y satisfactoriamente, que los afortunados que logran la meta final, con frecuencia lo hagan con déficit en la calidad de sus aprendizajes.
Pero este fenómeno, llamado trayectorias estudiantiles, abandono, rezago, deserción, no es normal, inevitable, mucho menos sano. Que no todos los niños y jóvenes vayan a la escuela que les corresponde, que no terminen todos y que muchos abandonen, es un problema severo que impide el derecho humano y constitucional a la educación.
El desafío es especialmente dramático entre las poblaciones marginales. Mujer indígena pobre es el último eslabón de la cadena de desgracias. De distintas maneras pero también preocupantes se experimenta (y sufre) el problema en educación media superior y superior.
Los datos del estudio coordinado por Mireya Abarca y Rubén González constituyen una ineludible llamada a profundizar en la comprensión y promover estrategias de mejora frente al abandono de la escuela y la incorporación de los estudiantes a la universidad.
Según lo reportado, una cuarta parte de los estudiantes de la muestra trabajan, lo que obliga a preguntarnos si el currículum y la práctica docente observan esa realidad. Pues ese grupo constituye, a decir de los autores: “una población particularmente vulnerable, que requiere –si se quiere evitar el abandono- que la institución realice acciones que permitan brindar una atención y seguimiento particular.” Pero ese nada más es un hallazgo de otros que revela la investigación.
El libro termina con una invitación perentoria: elaborar un plan de transición e integración al ambiente universitario para que los estudiantes desarrollen un recorrido escolar pleno. La agenda que proponen insinúa lo que el trabajo colegiado y en cada una de las escuelas debemos hacer.
II. Un libro publicado por profesores universitarios siempre es una noticia estupenda cuando es producto de procesos de deliberación inteligente, paciente y perseverante; cuando pretende aportar ideas sobre un campo problemático para contribuir a su esclarecimiento, comprensión y solución. Por eso me congratulo de la aparición de “La transición del estudiante universitario. El primer año de estudios en la Universidad de Colima” (Universidad de Colima, 2017).
Tengo la alegría, el orgullo y la fortuna de haber participado desde antes de la gestación en el proyecto que le dio vida. Fue en Nuevo León donde nació la idea, a finales de 2010 o principios de 2011. La Universidad Autónoma de Nuevo León organizó un congreso de tutorías al cual fuimos invitados como conferencistas Manuel Álvarez, de la Universidad de Barcelona, y yo. A él le tocó el turno inicial; lo escuché con atención y sentado en primera fila tomé notas pensando en la aplicación probable al contexto de la UdeC. Luego la convivencia feliz con Manuel me reforzó la tentación.
A pocas horas de despedirnos, mientras conversábamos en el aeropuerto, le propuse que desarrolláramos la investigación en la Universidad de Colima. En ese momento yo ocupaba el cargo de coordinador general de Docencia, así que tenía la posibilidad de impulsarlo. Manuel dijo sí, y apenas volver, lo expuse a Rubén González, amigo de Manuel Álvarez. Todos estábamos de acuerdo. Manos a la obra, dijimos. Y comenzamos con un seminario dirigido por el propio profesor español. Allí arrancó todo este monumental esfuerzo de un gran equipo de profesores y orientadores de bachilleratos y facultades. Mientras estuve en aquel cargo impulsé y me mantuve pendiente del proyecto. Las circunstancias pusieron distancia de por medio, y solo a través de Rubén sabía que seguían laborando, hasta que me contó la noticia: el libro estaba terminado y en la lista del programa editorial de la Universidad.
Celebro la publicación del libro porque es la conclusión de la investigación en uno de sus apartados, el que atañe a la transición del bachillerato a la educación superior. Falta escribir la otra parte, de la secundaria al bachillerato universitario. Espero que concluya pronto.
De la importancia del estudio y sus resultados no tengo duda. Ojalá, lo deseo encarecidamente, las autoridades competentes de la Universidad retomen las conclusiones y las analicen grupalmente. Aquí tenemos un sugerente instrumento que puede servir para la toma de decisiones inteligentes, para sentar precedentes también en la educación superior mexicana.
Rubén y Mireya, como parte de un equipo numeroso, han hecho su labor con extraordinaria calidad. Las autoridades y equipos docentes tienen la palabra. Repito: ojalá tengamos un ejemplo exitoso de una práctica en donde la investigación alimenta la toma de decisiones adecuadas para resolver un flagelo inmisericorde.
III. Con el libro en las manos recordé aquella proclama que nos dejara Ángel Díaz Barriga cuando recibió el doctorado honoris causa en el marco de los festejos del 70 aniversario de la Universidad de Colima. Pensar la universidad y sus problemas y circunstancias es una obligación profesional, intelectual y ética. Este es un buen ejemplo.
Felicidades a los autores. Les agradezco la escucha, y a Rubén, la generosa invitación para escribir estas palabras.
Publicado en el suplemento cultural de El Comentario. Colima, junio 5 de 2017.