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Trabajo adolescente y escuela en América Latina

Posted by Juan Carlos Yáñez Velazco

El Sistema de Información y Tendencias Educativas en América Latina (SITEAL) es una plataforma de estadísticas, documentos, informes, debates y publicaciones para el «seguimiento de la situación educativa de niños, adolescentes, jóvenes y adultos en la región latinoamericana», en la búsqueda de asegurar el derecho a la educación.

Inspirado en ese ideal, en agosto de 2016 publicó un cuaderno sobre la situación de adolescentes trabajadores y los obstáculos para ingresar y permanecer en la escuela: “El trabajo de mercado como obstáculo a la escolarización de los adolescentes” (http://www.siteal.iipe.unesco.org). Sus autoras, Vanessa D’Alessandre, Yamila Sánchez y Ximena Hernández, trazan una cartografía de las dificultades para cumplir convenciones internacionales y leyes locales. Además, revisan algunos planes nacionales para la erradicación del trabajo infantil, elaborados entre 2000 y 2015, lo cual permite contrastar datos e intenciones gubernamentales.

Es verdad que en las décadas recientes los progresos en el acceso a la escuela son inocultables; prácticamente todos los niños de entre 6 y 11 años están en ella, ocho de cada diez de entre 15 y 17 años están escolarizados, y las leyes nacionales se extendieron hacia abajo y adelante; México y Ecuador son los más avanzados, al ofrecer educación a partir de los 3 y hasta los 17 años.

La expansión es innegable, pero también los problemas, en un mapa de desigualdades sociales que se reproducen cruelmente en el territorio de la institución escolar: niños y adolescentes que cumplen un doble papel, como estudiantes y trabajadores en la familia o fuera de ella, asalariados o no; niños y adolescentes que abandonan la escuela o nunca pisaron las aulas.

La asistencia a la escuela está afectada por la condición social, localidad y género. Los varones no escolarizados, pertenecientes a estratos sociales bajos, tienen en promedio tres veces más probabilidades de laborar, boleto para la rifa fatal que conduce al abandono. En contextos rurales se agudiza la condena. En el caso de quienes persisten en la carrera escolar, el hándicap es difícilmente salvable; las autoras del informe citado afirman una verdad anunciada: «la incorporación temprana de los adolescentes a actividades económicas compromete algunas de las condiciones básicas para que la escolarización sea posible».

Las contradicciones formales tampoco cesaron. La mayoría de los países ubican en 14 años la edad mínima para ejercer una actividad económica, y solo Argentina la extendió hasta los 16 años, pero en 12 países latinoamericanos el límite legal para poder ingresar a una actividad económica es inferior a la edad en que deberían finalizar la escuela media.

¿Por qué trabajan los adolescentes? De la revisión de los planes nacionales para la erradicación del trabajo infantil aparecen cinco causas: carencias materiales persistentes; la creencia de que trabajar constituye una experiencia valiosa en la formación y socialización de los adolescentes, esto es, la tolerancia o naturalidad del fenómeno, especialmente entre familias de condición precaria; alta demanda de mano de obra adolescente, sobre todo en el sector agrícola; debilidad de los Estados para cumplir y hacer cumplir la ley e implementar políticas públicas, así como falta de legitimidad de la educación escolar.

¿Fueron los niños o adolescentes varones, de contextos rurales y pobres quienes abandonaron la escuela, o los proyectos nacionales han sido incapaces, en general, de retenerlos y proveerles a las familias y a ellos de condiciones sociales para que no se marchen?

En el oscuro presente los adolescentes y niños que trabajan podrían paliar un poco el hambre y la necesidad material en los hogares; en el futuro, sus vidas podrían tornarse más frágiles, pues las condiciones de salud, nutrición y escolarización serán magras, empeñando futuro personal y familiar cuando les llegue la hora de encabezarlas. Se perpetuará, así, la pobreza material, educativa y cultural, en un continente tan rico como desigual. Lamentablemente, la historia no auspicia demasiada esperanza.

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