El 21 de junio de 2013 publiqué en mi blog un artículo sobre el documento central de la Reforma Universitaria de Córdoba, desarrollada en 1918 en la ciudad argentina, cuna del movimiento que condujo a la obtención de la autonomía universitaria. Hoy, que se habla en México y Colima del tema, lo republico con leves modificaciones.
Un texto breve y duro, fechado el 21 de junio de 1918, dirigido a “los hombres libres de Sud América”, constituye uno de los más emblemáticos legados del siglo XX latinoamericano y de la juventud argentina, protagonista del movimiento que impulsó la Reforma Universitaria de Córdoba, punto y aparte en la historia de la universidad.
Hemos resuelto llamar a todas las cosas por el nombre que tienen, dice inicialmente el Manifiesto Liminar, y en ese tono denuncian los hechos que acontecían en el panorama universitario cordobés y desembocaron en una ilegal elección del rector de su Universidad Nacional.
La descripción de las instituciones universitarias es una crítica social severa que produjo la pluma de Deodoro Roca: “Las universidades han sido hasta aquí el refugio secular de los mediocres, la renta de los ignorantes, la hospitalización segura de los inválidos –y lo que es peor aun– el lugar en donde todas las formas de tiranizar y de insensibilizar hallaron la cátedra que las dictara. Las universidades han llegado a ser así el fiel reflejo de estas sociedades decadentes, que se empeñan en ofrecer el triste espectáculo de una inmovilidad senil”.
Autoridades y docentes son foco de crítica: “Nuestro régimen universitario –aun el más reciente– es anacrónico. Está fundado sobre una especie de derecho divino: el derecho del profesorado universitario. Se crea a sí mismo. En él yace y en él muere. Mantiene un alejamiento olímpico”. El concepto de autoridad, “arcaico y bárbaro”, afirman, “es un baluarte de absurda tiranía y solo sirve para proteger criminalmente la falsa-dignidad y la falsa-competencia”.
Contra ese estado de cosas y esos personajes, los jóvenes cordobeses de entonces reclamaban un gobierno democrático y sostenían que “el demos universitario, la soberanía, el derecho a darse el gobierno propio radica principalmente en los estudiantes”. Son vehementes: “la autoridad en un hogar de estudiantes, no se ejercita mandando, sino sugiriendo y amando: Enseñando”.
Su proclama es valiente, inspirada en una idea épica: “La juventud vive siempre en trance de heroísmo. Es desinteresada, es pura. No ha tenido tiempo aún de contaminarse. No se equivoca nunca en la elección de sus propios maestros. Ante los jóvenes no harán méritos adulando o comprando.” Por eso reivindican su llamado “derecho sagrado a la insurrección”.
Conscientes asumen la responsabilidad íntegra por los actos de violencia: “Volteamos lo que representaba un alzamiento anacrónico y lo hicimos para poder levantar siquiera el corazón sobre esas ruinas”, y contra “un régimen administrativo, contra un método docente, contra un concepto de autoridad”.
Su Manifiesto Liminar concluye con dureza: “La juventud ya no pide. Exige se le reconozca el derecho a pensar por su propia cuenta. Exige también que se le reconozca el derecho a exteriorizar ese pensamiento propio de los cuerpos universitarios por medio de sus representantes. Está cansada de soportar a los tiranos. Si ha sido capaz de realizar una revolución en las conciencias no puede desconocérsele la capacidad de intervenir en el gobierno de su propia casa”.
En el festejo por sus 400 años [2013], la Universidad Nacional de Córdoba publicó un libro que contiene el Manifiesto Liminar y un conjunto de breves e incisivos artículos que reflexionan sobre diversos temas ligados a su legado y actualidad. Las posturas no son unánimes: hay críticas contra la sacralización en que a veces se incurre de la Reforma y el Manifiesto, hasta quienes ven, en su mayoría, la vigencia de sus postulados con la comprensión de los tiempos que son distintos, como el contexto.
En uno de los capítulos más sugerentes, Eduardo Rinesi, afirmó: “hay ahí un conjunto de cuestiones importantes que no han desaparecido de nuestro campo de preocupaciones sobre la universidad, y que le dan a este documento extraordinario una parte importante del interés que aún podemos encontrar en él”.
Entre otras cosas, cuestiona el intento siempre acechante de desnaturalizar a la universidad pública: “sigue siendo indispensable mantener en ellas la vigilia frente a cualquier forma de naturalización de su tarea, a cualquier tentación de dejar de examinar críticamente, todo el tiempo, el tipo de conocimiento que produce y que hace circular, y cualquier impulso que lleve a consentir formas dogmáticas de autoridad”. También afirma el expreso reconocimiento del carácter político de la universidad y su compromiso social.
En el Movimiento cordobés hay lecciones y razones para reflexionarlas en las universidades mexicanas porque, como escribió Carolina Scotto, exrectora de la Universidad Nacional de Córdoba, “Las universidades no pueden enseñar si no aprenden”. Más que una oración, una actitud vital, como debe serlo la universidad.
Rogelio Rueda
Más de cien años después!
Y en Colima esos son los temas en la discusión pública sobre nuestra Universidad…
No entienden que no entienden.