Varios temas rondan a la hora de sentarme a escribir la colaboración semanal. Es que la educación, en días recientes, se convirtió en asunto de primeras planas y hasta espacios en noticieros de televisión. Ante la imposibilidad de abordarlos todos con mediana prolijidad, me dedicaré solo a enunciarlos y emitiré breves comentarios.
El primero de los temas inspira cierto regocijo, no tanto porque sea muy elegante celebrar que buena parte del sistema educativo del país se haya volcado en torno a un programa que ya terminó por desmoronarse con el anuncio oficial de su extinción. Es decir, no festejo el fracaso de un instrumento fallido desde su concepción, sino la decisión gubernamental de detener el yerro; no es suficiente, pero es un paso. Me refiero a la llamada prueba ENLACE, una de las banderas (otra ilustre es el examen de la OCDE, conocido por sus siglas en inglés como PISA) del numeroso contingente de quienes todavía creen que los exámenes eran la piedra filosofal en la transformación educativa. Sepultada la escasa credibilidad que podría tener, queda pendiente la valoración prometida por el Instituto Nacional para la Evaluación de la Educación (INEE), no solo sobre los detalles técnicos o pedagógicos, sino también los financieros y sobre todo políticos, o sea, las responsabilidades que tuvieron quienes adoptaron la decisión. Que no descanse en paz ENLACE hasta que no se cumpla aquello de: “…y si no, que la patria se los demande”.
Un segundo tema es la reiteración del escandaloso fenómeno de la expulsión de jóvenes de los bachilleratos mexicanos: 1,800 desertores (un término discutible) al día, 650 mil cada año, más de 6 millones en una década, son cifras de proporción monstruosa. Entre la declaración del derecho a la educación y las cifras que exponen la crudeza real, hay un abismo que revela la fragilidad de un sistema político y social absolutamente incapaz de construir una escuela de calidad e incluyente para todas y todos.
El tercer tema, palpitante ya desde hace algunas semanas en el escenario nacional, es el de los “rechazados” de las instituciones de educación superior públicas. El Estado nacional y las entidades han sido ineficaces en el diseño de opciones atractivas y de buena calidad para todos aquellos que demandan estudios superiores. Las matemáticas elementales revelan que los aspirantes son más que los espacios en las universidades públicas, así, las universidades, instituciones, establecimientos y changarros de enseñanza privada (muchos de ellos, de fast education) se frotan las manos ante la complacencia de los gobiernos que las apuntalan otorgando becas para que allí se vayan los que no tienen cabida en las escuelas públicas. A reserva de dedicarle un espacio, ahora me atrevo a preguntar: ¿por qué no acceso irrestricto a la enseñanza superior pública en México? (Adelanto: eso no significa desaparecer la enseñanza privada, sino que esta se convierta en opción siempre de calidad y no en la última carta desdibujada). Mis argumentos los pondré a discusión en breve.
De este tema se deriva un cuarto, el de las becas a los jóvenes “para que nadie se quede sin estudiar”. No se puede estar en contra de las becas, menos en un contexto plagado de carencias y pobreza, pero está claramente evidenciado en la historia que es una política insuficiente y no pocas veces de usos perversos, por gobiernos que apuestan a que solo con esos apoyos (más escuelas y changarros privados, junto a escuelas públicas de bajo costo y mala calidad) se resolverá el problema del acceso. Las becas se han convertido en el mea culpa de las políticas y los gobiernos que optaron por la vía más fácil y barata, no por la estructural solución de crear instituciones y espacios o aumentar (sin aplastar la demografía áulica) los disponibles en las instituciones de buena calidad, con programas de buena calidad, políticas inteligentes, financiamiento suficiente y maestros competentes.
En conclusión, los temas expuestos no revelan precisamente la solidez del sistema educativo nacional, o sus avances, pero su debate abierto puede ser una señal de que la sociedad civil y los ciudadanos podrían despertar una reacción distinta frente a un problema al que las políticas gubernamentales opusieron, hasta ahora, lugares comunes, malas recetas y discursos demagógicos.
Carlos
Difiero mucho con su opinión acerca de darle cabida a todos los rechazados. Si no pueden con un examen de admisión, mucho menos podrán con una carrera de verdad.
Yo considero que no deben ni tienen porque estudiar todos esos rechazados, así de simple, que sean obreros o mano de obra barata en algo, que esas sean sus aspiraciones. O que vuelvan a presentar su dichoso examen, el cual, sólo los que tenemos preparación, aprobamos sin dificultad.
taf
mira un elitista publicando!!!
taf
hay carlos que mal te ves, das pena!!
Cecy Velasco
Me gustan sus reflexiones Doctor y comparto con usted algunas ideas.
Juan Carlos Yáñez Velazco
Gracias Cecy!
arthur edwards
El problemas con los “rechazados” es que hay pocas posibilidades para que ellos puedan seguir superándose académicamente. No se abren en realidad otra alternativa para ellos que sea viable y sustentable.
Juan Carlos Yáñez Velazco
Ese es un problema Arthur, el otro es qué clase de sociedades estamos formando. Un tema de enorme y delicada importancia.