Escribo desde la angustia esta tarde de miércoles. La tristeza embarga mi mundo. Un viejo y querido colega lucha en la unidad de terapia intensiva. Hace días supe que estaba en problemas por COVID. Su condición parecía mejorar el fin de semana, pero recayó. A la angustia sumo el temor por los sucesos violentos en las calles de nuestras ciudades.
Ayer, cuando pensaba en mi opinión para Heraldo Radio, barajé varios temas: la suspensión de clases en las escuelas de Colima por la violencia; las asambleas estatales para aprobar los planes de estudio en un ejercicio peculiar o la vuelta a clases en la Universidad de Colima.
El último tema me atraía. Quería contar, desde mi papel docente, la alegría de volver a las aulas, de ver los ojos estudiantiles con el brillo de curiosidad o escuchar sus preguntas inteligentes. Me está sucediendo eso en las primeras clases con los estudiantes de Pedagogía. Y me parece extraordinario y creo que debemos compartirlo, contra la cantaleta de que los alumnos no están interesados, no leen, no escriben, etcétera.
Mientras buscaba la oración inicial para comenzar la opinión, me hundió en la tristeza la noticia recibida por WhatsApp. El colega, cuyo nombre me guardo, se encuentra en estado crítico.
Es imposible no conmoverse. Las miradas inteligentes de los estudiantes dieron paso a mis ojos en el espejo que devolvió una imagen deprimida.
Dejo a un lado las lecciones de la pandemia, las dificultades de la vuelta a clases, las vicisitudes de los profesores, la compleja tarea familiar de acompañar a los hijos, para refrendar la más sencilla y profunda lección que debimos aprender con la pandemia: el bien sagrado es la vida. Es la primera condición para cualquier proyecto.
Por eso, porque debemos cuidarla y respetarla, los educadores tenemos que recordar siempre que la educación es un hecho profundamente humano, que nos conduce, desde la diferencia, al bien común, a la humanidad. Que debemos educar en esa dirección y ello requiere el ejercicio persistente y comprometido de todos los día, con dosis de alegría y, si es posible, un poco de humor, aunque la tristeza o la violencia acampen entre nosotros.