Me inquieta la vuelta a las aulas sin transformaciones sustanciales en el paisaje educativo.
La escuela de ayer, antes de la pandemia, ya estaba rebasada por la realidad, por las distintas realidades, por ejemplo: diversidad de estudiantes y familias, precariedad en el edificio escolar público, inequidad social, empobrecimiento cultural, miseria, violencia. Volver a esa escuela, en estas condiciones, es anacronismo.
¿Aprendimos las lecciones de la pandemia?
Cuando ya quedó claro que el acompañamiento familiar puede ser definitivo en el logro de aprendizajes, ¿cómo participarán las familias en la nueva escuela mexicana? ¿Tendrán papel relevante? ¿Serán un actor pedagógico?
¿Insistiremos en programas enciclopédicos -añeja acusación al currículum-, mientras la pandemia obligaba a la selección relevante de contenidos?
¿Ofreceremos las mismas recetas ante estudiantes de equipamientos desiguales? ¿Proporcionaremos las mismas horas de clase, en grupos numerosos? ¿Habrá una revisión profunda del sentido del tiempo escolar? ¿Qué primará: tiempo del reloj o tiempo vital?
¿Los profesores habrán escuchado el mensaje lanzado por la pandemia? Educar es una tarea compleja e incierta, pero casi imposible en solitario, sin el grupo de docentes, con ausencia de relaciones cooperativas entre todos los habitantes del centro escolar.
¿Cómo resolverán las autoridades la tensión entre control y aprendizajes? ¿Podrán equilibrarlos con sensatez? ¿Prevalecerá el valor de las evidencias burocráticas o los progresos, aunque sea tímidos, de los estudiantes?
¿La evaluación será un proceso de diálogo, comprensión y mejora, como nos enseñó Miguel Ángel Santos Guerra? ¿Insistiremos en reducirla a la examinación, calificaciones, pruebas, rúbricas, escalas y boletas? ¿La evaluación servirá para mejorar o sólo para legitimar y documentar avances programáticos?
¿Habremos percibido la trascendencia de la comunicación en el proceso educativo? Es decir, que la educación es un acto de comunicación y que, por lo tanto, debemos cuidar los lenguajes: verbal, escrito, gestual… los silencios y el ruido.
¿Habremos aprendido las lecciones para generar procesos educativos genuinos o sólo abriremos las aulas para simular normalidad?