Tengo el doble privilegio de ser padre e hijo. O para ser más precisos, por orden de aparición, hijo y padre. Me nutren ambos roles, aunque con mi padre hable poco y nos hayamos acostumbrado más bien al guatsap y no a las llamadas en las noches.
Tener la sombra paterna concede una tranquilidad que, quizá, sólo se valora en ausencia, como la salud y la enfermedad.
Si un día volviera a tomar la guitarra, luego de décadas, tendría que comenzar de cero. Si entonces era aprendiz, ahora probablemente mi aprendizaje sea más complicado o imposible. Si lo hiciera, cosa casi absolutamente improbable, cantaría una canción teniéndolos uno al lado del otro. Creo que elegiría una de Joan Manuel Serrat: Pare, Padre. Eso pienso, mientras camino y la escucho.