Cuaderno 21

Señor, ¿compra pitayas?

Posted by Juan Carlos Yáñez Velazco

Entre las 12:50 y las 13:20 h. mis hijos terminan sus clases, más o menos cansados, más o menos aburridos. A veces prolongan su estancia en las aulas virtuales haciendo tareas. Hoy es uno de esos días. En la casa se siente el calor intenso del mediodía. Mariana le explica a Juan Carlos un tema de matemáticas. Llego a su lado alertado por las voces, creyendo que discuten. Los escucho con atención y luego me retiro. No podría explicar mejor al niño que como lo hace su hermana, mezcla de instrucción y preguntas para provocarle razonamientos.

Mientras llega la hora de la comida salgo a limpiar algunas hojas del jardín y regar una parte que padece la canícula. Sólo me distraen algunos autos que pasan por la calle y los escasos transeúntes. A mi espalda, de pronto, escucho una voz de mujer. Señor, ¿compra pitayas? Me pregunta una mujer morena, bajita. Le respondo que no, aunque luego me arrepentiré. La sigo con la mirada y veo que se detiene para esperar a su hijo, menudo y caminando con fatiga. Tendrá siete u ocho años. Le pide que camine más aprisa. El niño carga un balde como la madre, de su tamaño, también con mercancía. Cuando pasa a mi lado veo sus ojos, el sudor que corre por debajo de su gorra, el cansancio de la jornada. Se paran en la esquina. La madre da instrucciones, apunta en uno y otro sentido de la calle. El calor en mis pies me regresa a la realidad. Los remuevo para escapar al infierno y busco una sombra. Madre e hijo se pierden de vista.

Mi pensamiento vuela hacia ellos. Al hijo, en especial. A sus pies cansados con el calor penetrándole los zapatos de plástico, lo que explica, creo, sus movimientos lentos, como para flotar sobre la tierra quemante. Pienso en mis hijos, al otro lado de la pared, estudiando y preparando su tarea. No puedo borrarlo. Me persigue la imagen de aquel niño que tendría que estar en su escuela o haciendo tareas, o descansando mientras llega la hora de comer.

Pienso en la sociedad injusta, no en abstracto, sino en la nuestra, donde unos, desde pequeños, tienen que optar entre la escuela y un futuro incierto, o la calle y la necesidad de trabajar, cancelando, posiblemente, casi cualquier futuro.

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