Mientras me preparaba para salir un temor avivó la tensión: que el auditorio del Instituto Ateneo estuviera solo, porque los estudiantes y profesores habrían comenzado las vacaciones. La angustia que gana todas las batallas previas creció. Barajé justificaciones sinsentido. A las 10:35 h., con un pequeño vaso de café en la mano, comencé el viaje corto.
A las 10:50 h. estaba en el auditorio. Unas diez personas ya esperaban. En menos de diez minutos ingresaron más de las que pude imaginar. Jorge Gastélum, ejemplo de responsabilidad, esperaba en la pantalla desde hacía unos minutos.
Empezamos casi puntuales. Lo recuerdo y lo veo en el carrete de fotos del teléfono porque capté el instante. Los nervios aumentaron. Las manos se enfriaron con la tensión y el aire acondicionado a mi espalda.
La sesión fue inolvidable. Razones abundantes.
Estábamos juntos de nuevo en aquel auditorio que hace poco más de dos años nos había acogido para presentar Colima: avances y retos. Educación, cuando no augurábamos lo que traía la pandemia.
La hospitalidad del maestro René López Dávila, siempre magnánimo. De su equipo y maestros. Los estudiantes de los posgrados del Instituto.
La honrosa compañía de Martín Robles de Anda, comentarista minucioso y provocador; Guillermo Rangel, moderador estupendo, sin formalismos, ameno, de apuntes lúcidos; y desde Culiacán, un excelso amigo y admirado colega, Jorge Gastélum. Generosos los tres.
Pude hablar un poco menos; tal vez. Agradecí. Confesé algunas cosas que nunca había dicho en público. Estaba cómodo. Expresé mi alegría por estar. Compartí el libro. Respondí preguntas. Agradecí de nuevo. Una mañana de terciopelo. Una noche para el descanso satisfecho. Para reconfortarse.