I.- Hoy tomé por asalto la sala de casa. Estaba cansado de mirar las mismas paredes y el paisaje duplicado en la ventana frontal, donde pasé días y horas encerrado, escribiendo dos artículos y otros compromisos, recuperándome también de malestares súbitos. Recostado en el sofá gris, entre dos enormes y tersos cojines tintos, levanté la cara para reflexionar las palabras que leía en un libro sobre la magia de la escritura; no concluí. Sentí una penetrante mirada. Estaba solo, o eso creía desde temprano; cuando caí en la cuenta, una leve sudoración me refrescó el cuello y erizó la piel. El silencio absoluto daba fe de soledad. Levanté la vista hacia donde venía esa extraña energía y encontré dos vivaces ojos luminosos, puntos de brillo feliz en una cara de casi niña. El rostro reflejaba alegría serena, ternura y amor. Cuando reconocí la cara observé pausadamente. Estaba a siete metros de mí, al pie de la escalera. Su pelo, del color de una noche cerrada caía sobre su hombro izquierdo descubierto; seguí su brazo hasta las manos, escondidas en el ramo inmaculado, un libro y una vela adornada con flores blancas trenzadas por un lazo. El fondo, estampado de rosas y lila, se desvanecía hacia la mitad del cuerpo, resaltaba la blancura del vestido, el largo pelo y los ojos pícaros que me habían distraído de la lectura. La reconocí y recorrí la foto otra vez, mientras respondía a su sonrisa.
II.- Las imágenes se volcaron en la memoria. Recordé las primeras escenas de aquella mañana de sábado, tú, vestida de un rosa mexicano con mangas y piernas más grande que el cuerpo prematuro. Recordé la ternura que inspiraste y reblandeció la rigidez, el temor de abrazarte por vez primera; el primer paseo por la calle en la romería del 12 de diciembre, diminuta en tu atavío para la ocasión, con tu padre orgulloso de sentir aquel calor que me calentaba el pecho.
Recordé la rebeldía con que naciste, un mes antes del pronóstico médico, inconforme con llegar al mundo el mismo día que yo y reclamar el legítimo derecho a nacer cuando te viniera en gana. Recordé las primeras palabras que tuvimos, tú en otra dimensión, en el vientre de tu mamá, yo desde fuera; luego, cuando llegaste, las horas en la habitación en penumbras, con música infantil y, a veces, leyéndote historias cortas mientras las olas del viento mecían las cortinas de la puerta desde la cual miramos los volcanes. Recordé y recordé y recordé.
Recordé tus primeros pasos; la incursión dolorosa en la guardería y las mordidas que se ensañaron contigo; las enfermedades, la dolorosa caída que te rompió el mentón y a mí me trajo un dolor inédito; tus bailes en la escuela, las ceremonias; tus regalos del día del padre; las cartitas de siempre, con tu letra siempre bella entre decenas de plumas que almacenabas desde temprano; los abrazos, los muchos besos al despedirnos cada mañana y encontrarnos por la tarde.
Recordé y recordé y recordé los años de la primaria, la interrupción para la estancia feliz en Argentina y los meses maravillosos; el regreso a México y muchas veces tu dulce compañía en mi cubículo, con tus inquietas constantes interrupciones.
Recordé tu vuelta a la escuela y la salida feliz, el ingreso a la secundaria y este tránsito hacia la adolescencia que ya no tiene vuelta y a veces me agobia; otras, desespera, aunque ilusiona siempre. Recordé y recordé hasta llegar a esta imagen, a tus ojos de brillo intenso, a la foto de tu primera comunión que me mira sonriente mientras la observo.
Recordé y recordé. No sé cuanto tiempo pasó en la sala. El libro reposa en mis manos y mis ojos en los tuyos, en esa fotografía que me observa y yo a ti, celebrando el privilegio inmenso de tenerte y festejarte hoy, en tus primeros 13 años, cada vez más mujer, cada vez menos niña, mi Mariana Belén, mi niña de agua; la de las alas cada día más grandes y traviesas. Cada día más inteligente, aunque, lo sé porque te vi nacer, nunca sabrás calcular lo que tu existencia transformó, para bien, la nuestra.
Mary Velasco
Waw estoy llorando de tan hermosa carta, creo que tener un hijo o hija es lo mejor que te puede pasar el la vida no se compara la alegría de un ser que a la vez es tan indefenso tan pequeño que sentimos que necesita de nosotros de una u otra forma y poco a poco nos damos cuenta que están creciendo que llegará el día que van a volar como un día volamos nosotr@s mismo. Aceptar las etapas que vamos viviendo para unos más fáciles que para otros, Marianita como la llamamos se esta convirtiendo en una mujercita. Muchas felicidades se te quiere Marianita no sabes cuanto te mando besos muchos abrazos. Y tienes un Papá muy inteligente, que te quiere como no tienes una idea.
Juan Carlos Yáñez Velazco
Hola Mary. Sí, los hijos son una experiencia maravillosa. Muchas gracias por tus palabras.
Un abrazo.