Cuando me acerco (con poca prisa y nula preocupaciĂłn) a una edad respetable estarĂa dispuesto a repetir algunas cosas del pasado; de las que fueran factibles, por supuesto.
Pienso con agrado en el fĂştbol y las varias camisetas que sudĂ© y todavĂa aguardan en casa paterna; en la mĂşsica de ciertos autores o temas que luego se extraviaron en algĂşn rincĂłn del tiempo. En alguna chica que, a estas alturas, ya podrĂa ser abuela prematura. O en volver a leer (lo más fácil) desde el principio a autores que marcaron años juveniles y persisten. No son muchos, confieso, ni ignotos.
Mientras quito el polvo de sus lomos, se me antoja recomenzar con Gabriel GarcĂa Márquez, Miguel Hernández, Mario Benedetti, Julio Verne, Carlos Monsiváis o Jorge Amado.
AquĂ están conmigo, un poco sucios y ajados, un poquitĂn abandonados, con sus páginas pegadas luego de años o dĂ©cadas sin abrirse. Los miro, suelto un suspiro, volteo y encuentro en sus interiores aquella vieja marca de cafĂ©, el separador, una anotaciĂłn a lápiz, un papel en medio, un boleto del transporte rumbo a la universidad.
Es imposible volver el tiempo, desandar los caminos, porque ellos no son los mismos y nosotros somos distintos, pero siempre disfrutable reabrir esas páginas, u otras ya transitadas. Comenzar de nuevo y confundir, aunque sea por un instante, el cielo de hoy con el mismo que me vio crecer.