Cuando llegué a la escuela secundaria mis padres compraron una máquina de escribir Olivetti, pequeñita, ligera, aseada meticulosamente, con su cinta rojinegra, que guardábamos cuando no se usaba, para evitar el exceso de polvo y tizne en mi pueblo.
En su rodillo escribí las primeras tareas escolares, a base de romper hojas cuando los errores ya las afeaban en exceso. No mucho tiempo pasé malos ratos con la torpeza de los dedos, pues me propuse familiarizarlos con el teclado y de alguna parte conseguí un manual del que usaban las muchachas que estudiaban en las academias. A las clases de Español, Matemáticas, Física, Química, Inglés, sumé las de mecanografía, y allí anduve en lecciones no muy varoniles para la época: aprendí a colocar los dedos en las teclas correspondientes, luego a practicar y practicar hasta que se rebelaban, con el cesto de basura repleto de hojas tachadas y ejercicios muertos.
A fuerza de teclazos la Olivetti empezó a perder la vertical en una de sus letras; cuando el cansancio la agotaba, se inclinaba sobre la siguiente, apretujando palabras. Fue la “r” la primera en pedir jubilación. Y cada cierto tiempo había que enderezar con cuidado la varilla para evitar que se agachara, besando tímida a las vocales que la seguían.
Entre la vieja Olivetti y la poderosa Mac que hoy uso pasaron tres décadas. Mi autodidactismo en mecanografía rindió frutos. Mis habilidades con las manos en el teclado me ayudan a escribir mucho en poco tiempo. Escribir es un placer. Un placer en dos sentidos, por lo menos: el de la tarea creativa y como actividad manual. Los dedos hoy se deslizan por las teclas, las acarician. (Un reto baladí es apenas tocarlas pero hacer surgir las letras en la pantalla). Entre otras maravillas que nos va regalando la tecnología.
Pero sin aquella vieja Olivetti que no sé dónde quedó, y que luego cambié por una máquina eléctrica comprada en Tepito cuando llegué al DF, sin mis horas y horas encerrado en la habitación, sin la obstinación de aprender a escribir en la máquina y sin el gusto de seguir haciéndolo con una pluma fuente en papel amarillo, esta tarea de escribir un diario o una página cada día, sería irrelevante o inexistente.
Perla del Rocío Lara
Y si…esas maquinitas dieron frutos a ideas a veces tan chuecas como sus últimos renglones de las hojas…luego, las máquinas eléctricas, en su tiempo, se nos antojaron maravillosas, sobre todo porque permitían borrar los errores…no eran los tiempos de soñar con computadoras, pero si de afanarse y del obligado borrador manuscrito. Me hizo sonreír con el recuerdo compartido. Gracias.
2B Andrea Contreras Orozco
1)Learn the sound that carried out each ley.
2) Write again and again when she was wrong.
3) Study at the academy help her as a nurse for later life.
4) These stories my mother told me about her years using the typerwriter.