Con Ludwig Wittgenstein, en su Tractatus logico-philosophicus, aprendí que todo lo que puede ser dicho, puede decirse claramente, y de lo que no se sabe, mejor no hablar. Sencilla pero enorme lección académica, de vida; útil en casa, en el diálogo con los hijos o en el salón de clases, cuando se discute en la política o se escribe.
De aquella séptima tesis, aprendida en la Facultad de Filosofía y Letras con Alicia de Alba, han pasado algunos años. Dos décadas, ahora que hago cuentas. No la olvidé hasta hoy
Luego, con Eduardo Galeano, reafirmé: que hablen las palabras solo cuando sean mejores que el silencio. Lo dijo más bellamente, pero es la idea.
Hoy cumpliré a pie juntillas lo aprendido. Sentado frente al mar, mirando las olas furiosas a través del cristal de mis lentes oscuros, prefiero guardar silencio y esperar la inminente puesta de sol mientras el día envejece.