A mitad de la semana estuve en la escuela de Juan Carlitos para participar en una clase “abierta”; La materia, inglés. Los hechos ocurrieron como estaban previstos, supongo: los niños en general respondieron muy bien, se movieron, cantaron, bailaron, dibujaron, crearon un animal fantástico y luego lo describieron, todo en inglés, por supuesto.
Las mamás y papás estábamos de pie, a los lados de la sillería repleta. Apenas cabíamos niños y adultos, pero todos alegres. Me tocó al fondo, en el centro, así que podía mirar las caras de los adultos a izquierda y derecha, y las cabezas de los niños, sus rostros de perfil o cuando pasaban al frente.
He pasado por otras clases abiertas, y esta me pareció de las mejores, especialmente por la concurrencia de adultos y el entusiasmo. La anécdota quedó allí y la guardé como un buen momento.
Ayer por la tarde tuve clases en la Facultad. Analizamos primero un video de Adrián Paenza, matemático argentino, y luego seguimos preparando el diagnóstico que llevarán a cabo los estudiantes. Mientras ellos trabajaban en equipos, unos en el aula, otros afuera, luego cuando regresaron al salón para la sesión plenaria, me vinieron a la cabeza, sin razón aparente, los recuerdos de la clase abierta del miércoles. Imaginé a las mamás y papás de los estudiantes en nuestro salón, sentados atrás, a los lados, mirándonos conversar y escribir, leer, que eso principalmente hicimos.
Varias preguntas surgieron: ¿qué pensarían sus papás viéndolos en un aula universitaria?, ¿qué les parecería la clase, el tema, la dinámica, la conducción del profesor?, ¿pensarían: “qué interesante”, “qué aburrido”, “no lo habría imaginado”?, ¿qué?
Otras dudas me rebulleron. Cerré la divagación deseando que los papás de estos universitarios miraran a sus hijos con el orgullo y cariño con que los mismos papás observan a sus hijos cuando todavía son pequeños. Eso sería suficiente, pensé, para aquella imaginaria clase abierta en la universidad.
Obed Guzmán
En lo personal me gustaria mucho que los papas de mis alumnos pudieran participar en el aula, o en el campo durante las practicas de sus hijos, los Ingenieros Oceánicos en formacion, y lo he intentado, pero al final, mis propios compañeros profesores tienen mil y un argumentos para no hacerlo. Pero espero algun día hacerlo realidad.
Juan Carlos Yáñez Velazco
Hola Obed:
Me alegra saber que una idea así pasa por tu cabeza. Ojalá puedas cumplirla un día; cuando suceda, cuéntamela.
Un abrazo.