Camino casi todas las mañanas. A veces 40 minutos, otras, 75, depende del tiempo y compromisos. Es un ejercicio que mi médico aplaude. Las ventajas para la salud las siento y espero constatarlas largo rato; pero caminar me sirve también para otros fines: ordeno ideas, busco el título o el tema del siguiente artículo, repaso clases o una intervención; frecuentemente examino comportamientos propios. A veces solo salgo en esa búsqueda; en otras, para que la cabeza se despeje o el cuerpo reaccione. Algunas veces camino sin mirar al lado, en otras, buscando.
En ocasiones, absorto, sin lanzar la red, pesco momentos: el conductor en acciones intrépidas con el celular, o hurgando desesperado en la nariz; otras, me enternece el gesto cariñoso de una madre al hijo con Down y el abrazo en mitad de la acera.
Hace días una de esas imágenes me cimbró y quedó dando vueltas en la cabeza, gritándome que intentara describirla. Un hombre inclinado husmeaba en la basura de la esquina, entre un montón de cartones. Lo miré unos instantes y seguí; de pronto se levantó. Era mayor, ciruja de oficio obligado, de 70 años, calculo. Cuando mostró la cara observé sus ojos, con las bolsas infaltables, las arrugas envolviéndolos. Sus ojos y los míos se cruzaron. Nos quedamos así, mirándonos. Él se llevó una toalla de papel a la cara y los limpió. Nuestros pasos se acercaban, los míos a los suyos. Cuando le distancia desapareció lo vi con claridad. Lloraba. Sus ojos lloraban en una mezcla de dolor y pena. Tragué saliva al pasar a su lado y sin conciencia apagué la música del teléfono.
¿Qué maldita sociedad estamos viviendo? ¿Qué clase de sociedad somos, en donde las personas, con siete décadas en la espalda, deben buscarse la vida en un montón de basura?
Amina de Jesús Medina
Hola es una triste realidad no solo adultos mayores ,jóvenes, adolescentes y niños en esta sociedad cruel mi hija me dice mira que triste vamos a darles comida y el gobierno no está al pendiente de esta situación solo buscan bienestar para ellos y sus familias para ellos no hay crisis económica mucho menos crisis emocional