Sigo 907 cuentas en Twitter. La mayor parte son personas; luego instituciones educativas o culturales, medios informativos y periodistas, algunas oficinas públicas y ciertos personajes de la vida política (pocos) e intelectual. Muchos son mexicanos, pero también gente de Argentina, España, Brasil, Uruguay, Ecuador, Portugal, Francia.
Twitter cumple varias funciones en mi uso; de entretenimiento también, aunque principalmente para tener un vistazo rápido (parcial e incompleto, sin duda) a los acontecimientos nacionales e internacionales, en un momento donde falta horas y sobran banalidades donde perderlas; me ayuda a ubicar ejemplares nuevos de libros o revistas, encontrar artículos de colegas sobre ciertos temas educativos, en fin, usos que se podrían resumir en más lectura rápida que escritura.
Casi cada mañana paso por la cuenta y echo una ojeada, aunque puedo prescindir de ella uno o más días sin padecer ansiedad.
Probablemente porque a veces no amanezca del todo bien, me repulsa llegar a mi cuenta y encontrar la polarización cotidiana por razones políticas; y cuando hay acontecimientos como ahora, con la llegada de Evo Morales, la cosa se calienta de tal manera que tomo un té de paciencia y leo algunos de los mensajes enconados de ambas partes; luego de unos minutos, cuando se agota el té, y la paciencia, cierro y vuelvo a lo mío con la triste conclusión de que la cosa sigue igual pero un poquito peor.
Hoy desperté con esa sensación: vivimos dos países distintos. El uno, maravilloso, que nació a la bienaventuranza el 1 de diciembre y será el paraíso terrenal, con seres humanos redimidos por la fuerza del manto sagrado del líder; el otro, un montonal de basura donde se agrupan los corruptos, los conservadores y, de paso, todos aquellos que tenemos un pensamiento o una idea discordante de la biblia política del presente.
Entre amnesias selectivas, estallidos iracundos, insultos por doquier, incomprensión e intolerancia se va construyendo el tiempo de la política en la red social.
Me empiezo a plantear seriamente la posibilidad de una huelga de Twitter por unos días. Nadie me extrañará, y yo, seguramente sumaré minutos para otros menesteres más edificantes.