Es viernes. El cuerpo y el corazón lo saben. La mala noche, agobiada por el calor, una mala postura corporal y el insomnio a mitad del sueño, más el agotamiento mental de la jornada, agotaron mi pila más pronto de lo habitual. A esta hora, apenas las nueve, dí todo lo que podía.
Quisiera dormirme ya, pero si cierro los ojos, a las 3 o 4 de la mañana podría despertar otra vez. Seguiré un par de horas más en actitud de zombi, deambulando entre el estudio y el baño.
Tengo buenas noticias en el balance semanal: revisé las tesis de mis asesoradas (mujeres, la gran mayoría) y las regresé para sus correcciones; leí un montón de páginas que me ayudarán a preparar el capítulo pendiente para el libro sobre la universidad y hoy armé la versión preliminar de mi artículo para enviar a España. Lo que me propuse está casi completo o avanzado. Podría estar contento pero no. Uno no puede estar contento si no tiene con quien compartirlo, si falta el saludo de los amigos, la sonrisa de los alumnos en el aula… Falta, algo falta; algo que ayer era tan fácil, y hoy extraño con la nostalgia de los días acumulados.
Mañana será otro día, ya se ha dicho millones de veces. Por hoy, como el director de cine, solo pido, suplico: ¡corte, corte!