En un martes normal, como hace dos o tres semanas, a esta hora habría llegado cansado de las tres clases que imparto, de la tensión de esos 180 minutos, del calor y la jornada del día. Hoy es distinto, como se sabe, aunque estuve trabajando en mis quehaceres docentes: por la mañana entregué la planeación que nos solicitaron de la Universidad para esta temporada, luego califiqué algunos de los proyectos de los estudiantes y leí los comentarios que escribieron sobre un video que les subí a la plataforma de Google Classroom. Fue una jornada distinta a la habitual en martes, pero deseo que haya sido de aprendizajes también para el grupo.
Hoy desperté muy temprano; de madrugada, y desde entonces estuve en pie, enterándome de las noticias en el mundo y luego, en las tareas pedagógicas descritas. Por la tarde caí rendido. No soy habitual a la siesta, pero hoy el cuerpo no pudo ya y dormí más de una hora. Después, aturdido y desorientado, con un pequeño accidente emocional, estuve a punto de arruinarme la tarde, el día o la semana. Por suerte, creo, enderecé el rumbo.Desde que escapó el sol retorné a la pantalla y el teclado. Trabajo en un libro que debe estar terminado, si todo va bien, en diciembre de este año. Hoy sumo 170 páginas. Con otras treinta o cuarenta estará listo.
No fue el mejor martes posible, aunque un despertar amargo podría culminar en noche inspiradora.