Anoche el presidente López Obrador, mediante video, pidió a los mexicanos quedarse en casa para evitar que se disparen las infecciones por COVID-19. Me enteré apenas esta mañana en mi repaso matutino de noticias y celebro que otros datos lo llevaran a tomar la decisión, aunque no deja de resultar contradictorio que su llamado no lo atienda él mismo, y siga su rutina de fin de semana, en actividades que podrían realizarse en otro momento o por otros canales.
No caeré en la tentación de decir qué sí y qué no debe hacer el presidente, desde la opinión como ciudadano, porque esa solo me importa a mí, y a veces poco. Lo que también celebro es que el llamado del presidente bajará una tensión (entre muchas) entre sus admiradores y sus detractores, y ahora casi todos (excepto Raúl Salinas Pliego y otros de su calaña) estamos de acuerdo en que lo mejor, si podemos, es guardarnos en casa; y los que no pueden o no deben, por necesidades o porque cumplen funciones vitales, sepan que tienen la admiración, la gratitud y la solidaridad de los privilegiados cuya peor preocupación, en muchos casos, es que el maldito internet esté lento o no haya fútbol en la tele.
Esta mañana en mi actualización de mensajes vía Whatsapp vi un costal de buenas intenciones. Por ejemplo, un cartón edulcorado en donde un puñado de personas sostienen al país con un mensaje que dice, más o menos, que somos muy cabrones y hemos salido de peores.
Luego otro que ya me dio flojera, dice que saldremos adelante y “más unidos”. Lo primero es un hecho, tan cierto como que muchos mexicanos se quedarán en el camino y tendrán un triste destino, sin velorios, sin compañías, sin últimos adioses. Más unidos no, en lo absoluto. A esta batalla mundial llegamos divididos, entramos fragmentados y no veo cómo o en qué momento se dejarán de lado las diferencias, las genuinas y las fanáticas.
Saldremos adelante, sí. Por ahora, dejo constancia de mi admiración, gratitud y solidaridad con quienes no tienen este privilegio.