No es pequeña pretensión la de
considerar que un rápido viaje por tierras de Italia
confiere el derecho de hablar de ellas a alguien más
que a unos amigos interesados y a veces
reticentes por haberse quedado.
José Saramago
Después de vivir unos meses en este país es imposible no sentirse conmovido por dos acontecimientos recientes y entrelazados. Uno tristísimo, el otro, que debiendo ser motivo de regocijo, se ensombreció; ambos dramáticos, de obligada reflexión para los gobiernos argentinos, sus políticos, la sociedad entera y los profesionales de la opinión, incluidos los académicos universitarios.
Por un lado, la ola de saqueos que comenzó en esta provincia de Córdoba, parecía la orden para aflorar un sentimiento reprimido por los sucesivos golpes que han recibido los ciudadanos de este país. Para mucha gente en la calle (no aludiré a los medios, a los gobernantes y opinadores), no hay duda: los saqueos tienen razones políticas, no sociales. Vamos a ver: es un poco difícil separar los ámbitos, pero intento decir que no fueron las motivaciones del hambre o la pobreza (que no están vencidas tampoco) las que condujeron a los saqueos, por lo saqueado y por el modus operandi documentado gráficamente. El móvil de los saqueos fueron las intenciones políticas ligadas a las ambiciones, a la pretensión desestabilizadora, el golpe al enemigo, la presión para negociar y sacar la mejor partida de cara a las elecciones presidenciales en 2015.
Como hecho social los saqueos en Córdoba (en el resto de las provincias seguí menos la información) son un fenómeno sociológicamente muy interesante, pero crudamente dramático. Mirando lo sucedido recordé pasajes de la estremecedora novela de Émile Zola, “Germinal”, cuando las masas de mineros y sus familias deciden irracionalmente aniquilar a sus opresores. Seguramente habría mucho más que decir, pero no quiero extenderme.
El segundo hecho debió ser motivo de celebración nacional: el 10 de diciembre, treinta años atrás, Raúl Alfonsín asumía la presidencia después de elecciones libres y cerraba el capítulo (o empezaba a cerrarlo, pues sigue abierto de muchas maneras) de una sangrienta dictadura que asesinó 30 mil personas. Entre paréntesis, la democrática presidencia de Felipe Calderón, en un año menos, sumó más de 50 mil muertos en la fallida guerra contra el narco. Aunque hubo festejos multitudinarios en Buenos Aires, en Córdoba, en el resto del país, los hechos de una semana atrás no podían ocultarse.
Cuando mi viaje por estos pagos empieza a terminar, no puedo menos que sentir gratitud y admiración por sus muchas bellezas, pero también reafirmo sus miserias. La argentina es una sociedad polarizada a extremos que fácilmente rayan en la violencia, así en el fútbol, en las calles, en las escuelas, en los medios o en la política. Cuánto ha contenido o incidido la educación es un tema que quisiera documentar, pero no hay tiempo.
Muchas veces he escuchado en estos meses una frase común en México: Argentina es un país rico que tendría que estar mejor. Es verdad, aquí como allá. Juegan en ambos casos nuestras historias políticas y nuestras sociedades. Dictaduras sangrientas, brutales crisis económicas y políticas en los últimos cuarenta años han dejado una Argentina en vilo que sale adelante a pasos más lentos que los deseables y posibles, pero se sostiene de la grandeza de su pasado, de ese pasado espléndido, cuando Buenos Aires era la París de este lado del mundo, no por la arquitectura bellísima, sino por las visiones e inspiraciones de entonces. Se sostiene del orgullo y el coraje, la rabia, a veces, de los argentinos que nacieron aquí o de aquellos cuyos padres y madres llegaron de todos los rincones del mundo.
No puedo sentirme ajeno frente a la violencia y la forma como los políticos argentinos conducen este país; menos por las formas en que los medios provocan una percepción caótica de los hechos, pero conociendo ya a muchos argentinos, no tengo duda de que su capacidad de resistencia y su amor propio les darán la fortaleza para resistir esta y las crisis por venir. Así soportaron una dictadura, así sobrevivieron y derrocaron malos gobiernos, así construirán una nación más justa, generosa y libre. Costará tiempo, pero vencerán.
Arthur Edwards
La condición humana es única y pregunto si algún día podremos superar a nuestra condición.
Juan Carlos Yáñez Velazco
La frágil pero extraordinaria condición humana. Y una pregunta trascendental la que formulas maestro Edwards.
Saludos Arthur!