En 2021 la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco) publicó en inglés Reimaginar juntos nuestros futuros. Un nuevo contrato social para la educación, resultado de una consulta mundial durante dos años y un proceso de construcción colectiva, con la dirección de Sahle-Work Zewde, presidenta de la República Democrática Federal de Etiopía.
El informe fue presentado el año pasado en español y pretende convertirse en punto de referencia, de magnitud semejante a dos documentos emblemáticos de la propia Unesco: Aprender a ser: el mundo de la educación hoy y mañana (1972) y La educación encierra un tesoro (1996), coordinados por Edgar Faure y Jacques Delors, respectivamente.
El documento es un llamado a adoptar medidas urgentes para cambiar el futuro de las personas y del mundo porque ambos están en peligro, explica Audrey Azoulay, directora general del organismo.
El mundo y la educación tienen un doble reto: cumplir la promesa de garantizar el derecho a una educación de calidad para todos y aprovechar el potencial transformador de la educación para un futuro sostenible. Ello exige que todos participen de los beneficios del sistema educativo y reciban las bondades de una educación para la ciudadanía y la participación en la vida social.
México y Colima estamos lejos de ese mandato jurídico y ético. No se inscriben todos los niños y jóvenes; los que lo hacen, no terminan los ciclos, fenómeno acentuado en la parte alta de la pirámide escolar; de los que terminan, muchos lo hacen con una enseñanza y aprendizaje deficientes. No comenzó el desastre en el actual gobierno, pero los indicadores principales siguen en el fondo.
En este artículo repaso algunos hallazgos en cuatro archivos oficiales de la Secretaría de Educación Pública, contenidos en su página web; se llaman: “Principales cifras, Sistema educativo de los Estados Unidos Mexicanos”, correspondiente a cuatro ciclos escolares: 2018-2019, 2019-20120, 2020-2021 y 2021-2022. Interesa repasar datos previos a la pandemia y los recientes, hasta donde se dispone de información.
Antes de presentar los resultados de Colima, un dato nacional inquietante: el Sistema Educativo sufrió una merma notable entre el primero y el último ciclo escolar analizados, al pasar la matrícula de 36,450,450 a 32,979,551, es decir, 3,470,899 estudiantes menos, disminución cercana al 10 %.
¿Tragedia educativa colimense?
Tres indicadores examino en la educación básica y media superior de Colima: cobertura, eficiencia terminal y abandono escolar, expresiones de la forma en que se concreta el derecho a la educación. No son los únicos, pero desnudan avances y desafíos.
En los años revisados, la matrícula global en el sistema educativo colimense tuvo una pérdida de 17,157 estudiantes (200,413 versus 183,256 entre los ciclos 2018-19 y 2021-22). En educación básica y media superior están las pérdidas mayores, mientras que la educación superior apenas creció 500 estudiantes, cantidad irrelevante.
La atención a los niños en edad de educación preescolar (3-5 años) es una de las peores del país: en el ciclo 2018-19 fue de 59.7 %, la última de México; en el siguiente subió a 61.6 %, número 29 entre los estados; mismo sitio en el ciclo 2020-21, con el 55.2 % y en el más reciente, disminuyó a 52.7 %, la posición 28. En todos los casos, unos 10 puntos por debajo del promedio nacional.
La educación primaria en Colima no es universal. Pongo mayúscula y negritas en la aseveración: es la última del país en los tres ciclos escolares más recientes. En el último, 1 de cada 10 niños no están inscritos en la escuela primaria. En este nivel, la llamada “eficiencia terminal”, porcentaje de estudiantes que egresan por cada cien que ingresan seis años atrás, muestra una tendencia negativa, en tanto que el abandono escolar oscila, pero es superior al promedio nacional en los años revisados.
La secundaria de Colima también se coloca en el quinto de los grupos en que se dividen las entidades federativas en el indicador de cobertura; uno de los cinco peores. En el más reciente ciclo, sólo 88 de cada 100 adolescentes se inscribieron en secundaria. En este nivel hay progresos en la eficiencia terminal, que subió 6 puntos en el periodo, y en el abandono, que disminuyó de 7 % a 3.3 %.
La media superior también tiene cuentas negativas: desciende la cobertura de 80.7 % a 76.9 %; la eficiencia terminal en ninguno de los ciclos escolares alcanzó el 70 %, esto es, que apenas uno de cada dos colimenses en la edad culminan su bachillerato, que ya debería ser universal. El problema del abandono es crítico, pues en tres de los ciclos escolares supera el 12 %, equivalente a unos 3,500 estudiantes expulsados cada año. Más de 35 mil en una década. Inaudito e inaceptable.
Con este recuento apretado de datos disponibles y públicos, abundan evidencias para sostener que el sistema educativo colimense sigue oxidado en su capacidad de ofrecer educación a todos los niños y jóvenes. No hay un nivel que sobresalga: la cobertura en preescolar es una de las más bajas del país; la primaria excluye a uno de cada diez, y en secundaria y media superior se enfrenta un doble desafío: no ingresan todos ni terminan todos en porcentajes razonables.
Una acotación sin afanes alarmistas: los datos de eficiencia terminal y abandono escolar que presenta la SEP en los dos ciclos más recientes corresponden a los años 2018-2019 o 2019-2020, con lo cual, podemos hipotetizar que cuando se actualicen serán todavía peores, pues corresponden a la época de confinamiento y retorno que, como ya se aprecia, tuvo efectos letales en la disminución de la matrícula.
Sin final feliz
La educación, declara el informe de la Unesco citado al principio, es motor para reducir las desigualdades sociales que lastran a muchos países, como México. Es la apuesta estratégica para paliarlas en el mediano y largo plazos. Con estas tendencias, Colima está asegurando la perpetuación de las desigualdades sociales y vulnerando el derecho a la educación, bisagra que abre o cierra puertas. A pesar de las acciones gubernamentales, nuestra entidad perdió más de 17 mil estudiantes en el lapso examinado.
El problema está mal diagnosticado y peor tratado. Además de capacidad de diagnóstico y autocrítica, el gobierno del Estado tendrá que demostrar sensibilidad, imaginación y determinación para empezar a revertir el desastre que exponen las cifras oficiales. Necesitamos un proyecto a la altura de esos desafíos. En el horizonte no aparece. Lo que está en juego es el Colima de la mitad del siglo. Los que pueden cambiarlo tienen las decisiones en sus manos.