Cuando volvimos del periplo argentino, a principios de 2014, me acompañaban tres proyectos de libro. La generosidad de Puertabierta Editores los hospedó y uno a uno nacieron y fueron encontrando su camino. El tercero de ellos, La escuela que soñamos, se publicó en 2016, con una participación especial: Alfonso Cabrera, quien ilustró interiores y portada.
En una nueva etapa de Puertabierta, con el mundo como horizonte, La escuela que soñamos, en formato electrónico, se difundirá a través de Amazon. Estoy feliz, por supuesto, y aquí comparto un extracto del prólogo, con renovada gratitud a Alfonso y a Miguel Uribe.
Prólogo a La escuela que soñamos
La escuela que tenemos es descalificada casi en forma unánime: tradicional, autoritaria, irrelevante, improductiva, ineficaz, aburrida. Philippe Meirieu amplía: escuelas prisión o escuelas parque de atracción. No es la que deseamos
o soñamos, tampoco la necesaria.
Las evidencias imponen la crítica, pero no sentencian el disparo al corazón o cabeza del gremio docente; menos el corte a la yugular de los estudiantes. Más allá de embestir contra la institución, hay que ubicar el lugar justo entre el abandono y las recetas fáciles para construir alternativas.
Este libro se guía con esa brújula. Es ilusionado y optimista. Casi delirante su título. ¿Cuál es la escuela que soñamos? ¿Qué escuela soñamos? ¿Quién la sueña? ¿Dónde están quienes sueñan, desean y trabajan por otra escuela? Lo admito: todas las objeciones caben; para cada una habrá más de un argumento, con dosis objetivas y emotivas.
Su desafío profundiza diálogos abiertos, entabla inéditos y su aspiración es convencer, especialmente a los más jóvenes, estudiantes de pedagogía o magisterio, a docentes, de que en la tarea educativa es inadmisible seguir jugando a la escuelita e inaceptable escatimar esfuerzos.
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Vivimos una inflexión histórica. En estos años las variables del cambio político (presidente negro en Estados Unidos, papa latinoamericano), cultural (condiciones para que todos puedan estar alfabetizados), ambiental (urgencia de acuerdos y compromisos que reviertan el deterioro planetario), ético (el hambre, más que horrible realidad, pornografía rotunda, aseveró Paulo Freire; o la tragedia de migraciones en busca de sobrevivencia), económico (crisis que ponen en jaque a los países más poderosos del mundo y amenazan desfondarlos) promueven este anhelo de que se vislumbre una era nueva, acompañado por otra educación y una escuela de calidad para todos.
Esta convocatoria que repiensa la educación y la escuela para cambiarlas con sus agentes, se suma a otras de muchísimos en distintas latitudes, e innumerables experiencias y proyectos. ¿Espejismo? Hay motivos para la esperanza. Terry Wrigley recuerda: Los periodos de reforma educativa han coincidido a menudo con grandes puntos de inflexión en la historia y han comenzado invariablemente como movimiento de una minoría a la que se oponían las fuerzas dominantes de su época. Para Cecilia Bixio El enemigo de la educación es la idea de lo definitivo, de la determinación, de la impotencia, de la irreversibilidad.
Contra esa idea paralizante, la inventiva, imaginación, atrevimiento, optimismo y alegría son componentes poderosos. Nunca alegrías ingenuas o irresponsables, ni envites suicidas. Fórmulas fantásticas, tampoco; idearlas es parte de esa búsqueda y exploración que hoy demanda la escuela que soñamos.
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Fácil y difícil fue encontrar el título para este libro, porque estaban claros el concepto global, espíritu y destinatarios. La carpeta donde almacené archivos durante meses tiene como nombre La escuela posible, pero manejé opciones para bautizarlo: La escuela querida, La escuela que soñamos, La escuela que deseamos, La escuela necesaria.
La escuela que soñamos guiña a Paulo Freire. En 2001 se imprimió en portugués Pedagogia dos sonhos possíveis. Siglo Veintiuno lo tradujo y editó varios años después. A mis manos llegó a finales de 2015 como Pedagogía de los sueños posibles. Por qué docentes y alumnos necesitan reinventarse en cada momento de la historia.
Freire enseñó que los sueños transforman, no como acto pasivo, sino con la imaginación de horizontes y búsqueda de condiciones para cumplirlos. Para el maestro brasileño la existencia humana carece de sentido sin el sueño: de otro mundo, otra educación, de otra escuela.
También sostengo la convicción, y no sólo quiero soñar otra escuela por la noche y luego, al despertar, olvidarlo; quiero soñarla siempre, para trabajarla y construirla en la mañana, en la tarde, por la noche, cada día, todos los momentos.
La escuela que soñamos es posible. Abundan ejemplos. La queremos porque la imaginamos distinta. Es la escuela posible porque apremian necesidades y poseemos condiciones, porque la actual está superada, sobrevive pero desencanta.
La escuela que soñamos no aparece al dormir, exige vigilancia y perseverancia, imaginación y decisión. No es la escuela del mundo onírico que se torna viva sólo en alucinaciones nocturnas.
La escuela que soñamos para nuestra realidad es posible. Este libro construye un muestrario de bocetos, ideas e inspiraciones. Paulo Freire no dudaba tampoco: No hay cambio sin sueño, como no hay sueño sin esperanza […] El sueño es así una exigencia o una condición que viene haciéndose permanente en la historia que hacemos y que nos hace y rehace.
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En la primera parte de este díptico (Las escuelas: desolación y encanto) afirmé, con tono provocativo y esperanzado: la escuela de hoy, como concepto e institución social, está enferma; puede seguir existiendo, sobreviviendo, aunque difícilmente avanzará hacia una transformación que la vuelva sitio alegre pero esforzado, comprometido y desafiante, irrenunciable en su aspiración de futuros promisorios: que nuestros hijos reciban la mejor educación jamás facturada, porque los medios materiales y tecnológicos, y sus retos, así lo imponen; porque esas mismas condiciones y progresos científicos lo admiten.
En las presentaciones de aquella pequeña obra, en comentarios estudiantiles, en diálogos con colegas, encontré la compañía que evita la soledad cuando firmo un libro con este título.
Paulo Freire jugaba lúcido: para educar tenemos que estar locamente sanos o sanamente locos. A las locuras propias sumo las de quienes tampoco se resignan a adaptarse a la sociedad patológica, porque resistimos a la enfermedad, como enseñara Krishnamurti. Sí, la obra de la enseñanza requiere doblegar el fatalismo condenatorio, la ingenuidad boba, el cinismo; fugarse de la adversidad más una gran capacidad de resiliencia. Aprender con emoción, enseñar con alegría, así puede resumirse la vocación educadora.
Escribí La escuela que soñamos en el cruce de las esquinas donde se renuncia a la inmovilidad y persiguen destinos nuevos, para los cuales no se divisa mapa de ruta o carta de navegación, sólo indicios, ejemplos, testimonios, algunos insertos aquí, para que zumben en las cabezas de los lectores con una pregunta simple: ¿es posible otra escuela? Las siguientes páginas son tentativa de respuesta.